MI VOTO MALAGUEÑO: ¿PAPEL MOJADO?

26 de Octubre del 2021 a las 17:12 Escrito por Jaime Aguilera

 

Publicado en la Tribuna de Diario Sur, el 23 de octubre de 2021

 

 

La primera vez que voté al Congreso de los Diputados, hace ya unos cuantas décadas, me incliné por el Partido Andalucista. Lo hice por correo porque residía en una pensión de Madrid: supongo que mi exilio dorado hacía erupcionar mi andalucismo sentimental; sin embargo, también pesaba en mí un puro argumento aritmético en forma de pregunta: si los vascos y los catalanes condicionaban toda la política nacional, por qué los andaluces, que éramos los que más diputados aportábamos (más de sesenta) no nos poníamos de acuerdo y nos convertíamos en los verdaderos (ojo, y más legitimados que ninguno) árbitros de la política española.

Mi gozo en un pozo. Con el tiempo el Partido Andalucista terminó sin ningún diputado en el Congreso de los Diputados, y lo que es peor, los catalanes y los vascos, siendo franca minoría, se han radicalizado y condicionan la política española desde posiciones que niegan el propio futuro de la propia España. Ver para creer.

Es meridiano que algo habrá que cambiar si queremos que siga existiendo una de las naciones más antiguas de Europa: desde el respeto a su pluralidad, por supuesto, pero también desde el respeto a todos y cada uno de sus votantes, donde de supone que radica la soberanía popular.

Visto lo visto los votantes de mi provincia malagueña, una de las más pobladas y, por tanto donde un diputado “sale más caro”, porque necesita más número de votos, nos debemos de plantear la utilidad de nuestro voto, ya que si votamos a un partido mayoritario de ámbito nacional, y no gana, no pintará mucho desde una oposición a la que no se le da ni agua; y si resulta el ganador de las elecciones, nuestra decisión será fagocitada en un gobierno que cuenta con nuestro voto, pero que se tiene que “ganar” a las minorías nacionalistas y, peor aún, independentistas, por tanto son éstos últimos más decisivos, aunque sean menos. Y como última opción, si votamos a un partido minoritario nuestro voto puede que sirva de poco, porque ni siquiera obtendrá representación parlamentaria.

En este sentido la primera gran mentira que hay que eliminar es la provincia como circunscripción electoral. Por dos motivos primarios. Primero, porque votamos a diputados que ni siquiera son malagueños muchas veces y que después la mayoría ni siquiera conocen; y lo peor, que no cumplen el mandato representativo de sus vecinos: cumplen el mandato de la sacrosanta disciplina de voto de su partido, incluso si su voto va en contra de los intereses de la provincia que representa, da igual lo que sea mejor para Málaga, tú votarás lo que te diga tu partido. Segundo, porque con este reparto se llega a una injusta falta de representación para miles y miles de votantes, y si no me creen comparen: en la últimas elecciones generales los 19.761 compatriotas que legítimamente votaron a Teruel Existe obtuvieron un diputado; sin embargo los 228.856 compatriotas que legítimamente votaron por el PACMA, que son los mismos que Teruel Existe multiplicados por once, no obtuvieron ni un triste diputado. Por tanto, sería planteable que en el Congreso de los Diputados, y mientras los partidos sigan estando de acuerdo en que mandan ellos y no la provincia, debería instaurarse una única circunscripción nacional, como ya ocurre en las elecciones europeas, por ejemplo.

Y lo del Senado ya no tiene nombre. La propia Constitución del 78 hace ya más de cuarenta años lo definió como “cámara de representación territorial”. Pues bien, mientras la descentralización autonómica ha alcanzado cotas que superan de largo a cualquier estado federal de Occidente, todavía seguimos sin una cámara donde cada autonomía tenga una voz que la represente. Por tanto, eliminaría las elecciones al Senado y este quedaría conformado con los senadores que cada autonomía nombre en proporción a su tamaño y a la propia distribución electoral de su parlamento autonómico. El Senado pasaría a tener derecho de veto en todas aquellas leyes generales que afecten a las propias competencias autonómicas, y no como ahora, que pinta más bien poco como cámara de segunda lectura y sin ningún derecho de veto. Y ojo, que no me invento nada, simplemente estoy copiando el exitoso modelo federal alemán.

Parece ser que no está confirmado, pero dicen que el histórico canciller alemán Bismark dijo: “España es el pais más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido”. Y desde luego que lleva razón, pero mucho me temo que es ahora, después de varios siglos, cuando más cerca estamos de confirmar la destrucción de un país donde nos encanta pelearnos unos a otros a garrotazos. Así que empecemos por dar voz a las autonomías en el Senado y por un Congreso que represente de verdad a la soberanía del pueblo al que se debe. Si es así, estoy dispuesto a no votar de nuevo al Partido Andalucista.

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SUEÑO DE UNA NOCHE DE PRIMAVERA

2 de Mayo del 2021 a las 12:49 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna del Diario Sur el 27 de abril de 2021

Poco a poco se fue enrareciendo el ambiente. Comenzaron las peleas en las calles y en los mitines, otra vez: doscientos años después los españoles volvían, otra enésima vez más, a pelearse a garrotazos, otra vez las dos Españas…, otra vez. Y llegaron sobres amenazantes con balas, y se levantaron de la mesa del diálogo, y mientras tanto seguían moriendo en soledad, año y medio después, los muertos de la pandemia. Y seguían aumentando las listas del paro, y seguían sin venir como antes los turistas, y los fondos europeos tampoco llegaban, y el gobierno decidió que ya no podía prorrogar más el estado de alarma, y que ya no había dinero para más ertes, y de pronto medio millón de españoles se fueron al paro, y los políticos seguían en sus trece, enrocados en posturas irreconciliables, y con el país hundido en la miseria…

Fue entonces cuando el presidente del gobierno decidió, por mero tacticismo político, adelantar las elecciones generales: hacía falta, dijo, un nuevo gobierno que gestionara el fin de la pandemia, que no terminaba de llegar nunca, y el inicio de la recuperación económica, que tampoco terminaba de llegar…

Pero el resultado de las elecciones fue incierto: no había ninguna mayoría clara, y como seguían sin hablarse los políticos nadie daba su brazo a torcer. Y el rey propuso finalmente como candidato otra vez al que ya era presidente del gobierno, simplemente porque había ganado las elecciones por un puñado de votos, pero salió derrotado en la sesión de investidura, y comenzaron los dos meses para repetir las elecciones, y los políticos, y los españoles, seguían a garrotazos.

Hasta que llegó el día en que los españoles se despertaron con la noticia. A tres semanas de que concluyera el plazo de los dos meses, el rey, por sorpresa, proponía como presidente del gobierno a don Rafael Nadal Parera: ¿el tenista? Sí, contestaban todos con asombro, Rafa Nadal, el tenista…

Y de pronto una mayoría silenciosa (la mayoría oculta que estaba harta de la pandemia, de la pobreza y de los garrotazos) se echó a la calle: con mascarilla y con pancartas que decían “Vamos Rafa…” o en caravanas de coches pitando y gritando el mismo eslogan: “Vamos, Rafa”. Incluso hubo algunos, los más desesperados, que en lugar de un lazo con un color determinado se pusieron un pañuelo verde en la frente donde se podía leer: “Rafa for president”. Y muchos famosos, con Antonio Banderas y Pau Gasol a la cabeza, firmaron un manifiesto de apoyo a don Rafael Nadal Parera.

Y llegó el día del debate de investidura. Y don Rafael Nadal, impecable en un traje azul aviación, subió a la tribuna y vino a decir, en resumen (porque el discurso duró mas de media hora) que no pertenecía a ningún partido, que se metía en este tremendo lío porque así se lo había pedido su rey y por servicio a su país, y a renglón sentido pasó a enumerar una serie de propuestas que podían abrazar tanto los de izquierdas como los de derechas, porque nacían del más puro común de los sentidos.

Y los extremos votaron que no, y los de centro izquierda y los de centro derecha (por la presión de sus bases) se abstuvieron, y una exigua minoría de partidos regionalistas y de centro fueron los únicos que votaron que sí: una pena, pero suficiente para que don Rafael Nadal, sí, el mismo, el tenista, fuera investido como el octavo presidente de la Constitución del 78, una constitución que, a pesar de todo, seguía vigente.

Don Rafael Nadal se rodeó de los mejores, entre cosas porque los mejores sí estaban dispuestos a ser ministros en un gabinete presidido por él.

La consigna que dio a sus ministros, a los mejores, fue clara: quiero soluciones, me da igual las que sean, pero soluciones, no más problemas. Y por primera vez en más de cuarenta años se aprobaron, entre otras, una ley de educación, una ley del medio ambiente, una ley de contratos de trabajo y una ley de pensiones con vocación de permanencia. No eran leyes perfectas, ninguna lo es, pero por lo menos nacían del diálogo (no de los garrotazos), del sentido común (no de los intereses partidistas) y de la visión a largo plazo (no pensando en las próximas elecciones, entre cosas, porque ya había dejado claro Rafa Nadal que no repetiría como presidente).

Y fue así como se emprendieron rápidamente todas las reformas que Europa exigía para que por fin llegaran los fondos europeos, y por fin se vacunó a toda la población, y llegaron de nuevo los turistas, y llegaron de nuevo las inversiones, porque en el mundo entero España generaba la confianza necesaria para que todo volviera a ser como antes.

Y aquella primavera comenzó un sueño. Hasta que dos años y medio después despertamos y don Rafael Nadal, harto de puñaladas traperas a escondidas, dimitió y convocó elecciones. Y todo volvió a ser como antes, como antes del sueño de una noche de primavera.

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MUERTE EN MÁLAGA DE UN CICLISTA

8 de Febrero del 2021 a las 19:50 Escrito por Jaime Aguilera

Publicada en Tribuna de Sur el 6 de febrero de 2021

 

Hace ya unos treinta años paseaba tranquilamente por un calle de Viena cuando, de pronto, dándome un susto de muerte, un ciclista comenzó a gritarme en alemán como un loco mientras no paraba de tocar el timbre de su bicicleta para que me apartara. No entendía lo que pasaba hasta que caí en la cuenta de que casi sin darme cuenta (la falta de costumbre) era un peatón que había invadido un carril bici. Porque hace treinta años, como mínimo, ya mucha gente utilizaba la bicicleta en la capital austríaca y circulaba por carriles bici, cuando en España era pura ciencia ficción.

Hace venticinco años comencé a trabajar en Sevilla, y placenteramente me iba por la mañana en mi bicicleta hasta el Cerro del Aguila. Nunca olvidaré la frase de un compañero de despacho: da vergüenza y es indigno que un letrado de la Junta de Andalucía venga a trabajar en una bicicleta.

Afortunadamente los tiempos han cambiado y ya son muchas las personas que acuden a su trabajo de forma saludable y ecológica: sobre dos ruedas. Hasta tal punto que hace cinco años, en esta misma Tribuna, invité a todos los malagueños a aprovecharse de una ciudad en la que, al contrario que en Viena, las bicicletas no son sólo para el verano.

Y en Málaga, tímidamente (todo hay que decirlo), se comenzaron a construir carriles bici, incluso se creo un red pública de alquiler de bicicletas con puntos de entrega y recogida en muchos puntos de la ciudad.

Y se comenzó a hablar, y a presumir, de Málaga ciudad inteligente (Smart city), ciudad ecológica, ciudad amante del deporte. Pero en el paseo marítimo Picasso, de forma absolutamente inexplicable, seguía sin haber un carril bici entre el Morlaco y Antonio Martín. Y yo seguía sufriendo, como peatón, las bicicletas que pasaban rozándome. Y yo seguía, como ciclista, sufriendo por no tener un espacio propio mientras me cruzaba con el propio alcalde que iba andando por la mañana temprano. Porque desde hace décadas seguimos esperando la solución más sencilla, un puñetero carril bici. Y me decían que es Costas no le daba permiso al Ayuntamiento para construirlo por el lado del paseo más cercano a la playa, y me decían que es que la Junta no le daba el dinero al Ayuntamiento para construirlo. Y entre todos el carril sin barrer anunciando la futura muerte del ciclista.

Y esa muerte llegó en el 2021, con un ordenanza que envía a los ciclistas al matadero de una calzada compartida con miles de coches que siempre llevan las de ganar: u

n “carril derecho lento”para biclicletas que en la práctica se ha convertido en un “carril derecho de adelantamiento”. Y los propios policías locales, mientras recriminan al ciclista que vaya por un paseo por donde no hay carril bici, ven con sus propios ojos cómo los coches adelantan por la derecha, no a más de 30 km por hora sino a más de 50; y encima miran con cara de superioridad a los obedientes conductores que no aprovechan esa inesperada vía rápida y expedita.

La situación es de locos, y lo único que puedo hacer, desde esta humilde tribuna, es pedirles que firmen en change.org contra esta locura y acudan con sus bicis a la manifestación que se ha convocado para el domingo 14 de febrero, día de los ciclistas enamorados.

Porque al menos nos queda el derecho a protestar para que, en la ciudad del paraíso, en la ciudad en la que tenemos el privilegio de que las bicicletas no son para el verano porque son para todo el año, no se escriba la crónica anunciada de la muerte de un ciclista.

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PONGAMOS QUE SOMOS DE MADRID

8 de Octubre del 2020 a las 17:20 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna de Diaro Sur el 8 de Octubre de 2020

 https://www.diariosur.es/opinion/pongamos-madrid-20201008001105-ntvo.html

 

 

  

En la lluviosa y difícil primavera del confinamiento Madrid lo pasó mal, muy mal, le robaron, como a muchos más, su mes de abril: una rápida expansión de la epidemia hizo que su red sanitaria colapsara, que más que nunca “la muerte viajara en ambulancias blancas”, hasta el punto de que IFEMA, todo un símbolo del Madrid abierto y cosmopolita, terminara convertido en hospital de campaña; hasta el punto de que el Palacio de Hielo, todo un símbolo de la diversión abierta a todos de par en par, terminara convertido en morgue improvisada.

Y sin embargo no faltó quien aprovechara la ocasión para clavar un aguijón que solo puede nacer desde el odio más furibundo: como la política catalana Clara Ponsatí, que culminó su defensa de un aislamiento total de la capital, según ella cuna de todos los males, jugando de forma nada afortunada con la famosa expresión “de Madrid al cielo”.

Y cuando pensamos que toda aquella pesadilla había terminado, la segunda ola lleva de nuevo a Madrid a una situación desesperada, a un segundo confinamiento en la práctica. Y otra vez llega un político, nada más y nada menos que un presidente de una comunidad autónoma vecina y hermana, y se refiere a Madrid, a este Madrid de la segunda ola, como el origen de todos los males, el origen de una “bomba radioactiva vírica”.

Pues bien, a todos ellos, a todos los que aprovechan la desgracia ajena para descargar sus odios (ojo, y sus complejos), les digo que ellos sí que son una odiosa minoría, porque somos muchos más, miles y miles, puede que millones, los que nos sentimos madrileños aunque no nos hayamos criado allí: porque todo aquel que haya vivido un tiempo en “el foro”, “con los gatos” y los no gatos, en Chamberí, “donde los perros dicen güaus”, desde el primer momento se siente uno más, un madrileño andaluz más, otro gallego madrileño que se suma. Porque lo bueno que tiene ser o sentirse madrileño, es que Madrid siempre se deja la puerta abierta a la doble nacionalidad; de ahí que los “28 de febrero” que recuerdo con más cariño son los que viví en Madrid, con los jerezanos invitando a fino a los demás y yo aportando mi botella de Málaga Virgen.

Su condición de ciudad abierta, “allá donde se cruzan los caminos”, sin duda ha contribuido a la expansión del virus, y quizás ahora toca plegar velas y encerrarse en la cueva hasta que pase la tormenta; pero después Madrid tiene que, debe, volver a ser Madrid, porque esa la esencia de su ser, la mezcla de lo castizo con lo cosmopolita, de la capital con las provincias, de todo lo peor y todo lo mejor, de todo de puro y lo misceláneo. Ahora, a los que viven allí y a los que siempre queremos volver nos toca quedarnos en casa o guardar la maleta. Pero esto solo debe ser un forzado paréntesis, más pronto que tarde estaremos todos, de todo el mundo y de todas “las provincias”, paseando de nuevo por “Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal”, dejándonos llevar con la indolencia de “un africano por la Gran Vía” arrastrado por un sinfín de gentes de todos los lugares y de todas las condiciones.

Porque para ser, para sentirse madrileño, a nadie se le exige un carnet, una afiliación, un determinado “rh” o un retahíla de apellidos que demuestren su pureza de sangre. Para ser, para sentirse madrileño, sólo se exige llegar, ver y vencer, dejarse abrazar por sus atardeceres rojos, sus arbóles caducos, su viento frío y seco de la sierra y su agua de Lozoya: no hay que hacer ni presentar nada, sólo dejarse llevar…

Por eso, desde aquí todo mi apoyo, cariño, comprensión y ánimo a todos “mis paisanos” madrileños que de nuevo lo vuelven a pasar mal. Que no desesperen y que los pájaros sigan siendo los únicos que visiten al psiquiatra.

Cuando la muerte venga a visitarme, seguramente seguiré estando en el Sur, donde nací, pero hasta entonces quiero ir miles de veces a mi patria apátrida madrileña, donde viví. Pongamos que soy, que somos, de Madrid.

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¿QUIÉN NOS ROBÓ EL MES DE ABRIL?

30 de Abril del 2020 a las 18:30 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna de Diario Sur de 30 de abril de 2020

https://www.diariosur.es/opinion/robo-abril-20200430001526-ntvo.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.google.es%2F

 

«La vida es extraña a veces, o para ser más precisa, es extraña casi siempre». Así comienza la investigación de Petra Delicado, cuya lectura inicio en plena pandemia.Y es verdad. La vida es extraña. Llevaba meses planeando mis cincuenta abriles y de pronto todo se ha trastocado: el mundo se ha convertido en un calcetín al que se le ha dado la vuelta por completo. Es verdad, la vida es extraña casi siempre: me han robado el mes de abril, cómo pudo sucederme a mí.

Y creo que a muchos nos está sirviendo para descubrir, más si cabe, tres reflexiones que revolotean todo el día en mi cabeza alrededor de tres palabras.

 

Vida. Nuestra rutina diaria, nuestras prisas mundanas nos llevan a olvidar lo más importante: estamos vivos. La ausencia de la normalidad vital nos lleva ahora a valorar lo que dábamos por hecho. Un paseo para ir al trabajo, un café en buena compañía, un beso a una madre, una escapada para ir al cine, la salida de la Pollinica, el viaje que ya estaba planeado… Pensábamos, pensamos, que todo era, que todo es normal, que no es nada extraordinario: qué equivocados estábamos, qué equivocados estamos. Si de algo nos va a servir el mes de abril robado es para que una vez que se consigamos detener al ladrón, veamos con unos nuevos ojos, abiertos y agradecidos, la mercancía robada y recuperada: una mercancía en forma de de caminata, de café, de beso, de largometraje, de Domingo de Ramos o de billete de tren que ahora sabemos mejor que es puro oro en paño que debemos contemplar maravillados una y otra vez, porque en cualquier momento nos lo pueden robar, como el mes de abril.

Fragilidad. Se está convirtiendo casi en una obsesión. La frase hecha de «no somos nadie» de tantas veces repetida se ha quedado hueca. Es ahora cuando pensamos de verdad en esta expresión y recobra entonces toda su realidad fatal y su cruel contenido. Nuestros sueños de grandeza, nuestra vanidad de vanidades, nuestras proyecciones vitales dadas por cumplidas de pronto se derrumban al comprobar nuestra extrema debilidad en la inmensidad del universo. Y eso nos debería servir para que, ya, desde ahora mismo, antes de esperar siquiera a que nos devuelvan el mes robado, seamos más humildes, más conscientes de la fineza del hilo vital de nuestra existencia.

Dolor. Los informativos se convierten en una sopa de números y de estadísticas. Pero no son números: son miles de personas en nuestro país las fallecidas, las ingresadas en hospitales, las infectadas, miles. Miles de sanitarios los que están luchando con impotencia, con riesgo y con pundonor, miles. Miles de familiares las que no se pueden despedir de a su padre, de su madre, de su hijo metido en un ataúd anónimo en un Palacio de Hielo, miles. Y es entonces cuando nos invade ese dolor helado, agudizado por las cuchilladas de la rabia, por los disparos del miedo, por el desgarro de la impotencia. No podemos ignorar: seremos más dignos de nuestra vida presente con el mes de abril robado si en todo momento acompañamos con nuestras palabras y nuestro más profundo respeto a todos los que están sufriendo de forma tan inmisericorde. No podemos olvidar: seremos más dignos de nuestra vida futura con el mes de abril recuperado si conservamos en nuestra memoria todo este sufrimiento, todo: el de los que murieron y el de los los que han conservado la fragilidad de la vida.

¿Quién nos ha robado el mes de abril? Sabemos quién ha sido, y estoy seguro de que el destino nos lo devolverá, será entonces cuando saborearemos con más fruición que nunca las cinco letras de un mes que está lleno de vida, primavera y esperanza, porque nunca pensamos que nos lo podían robar, pero lo han hecho.

Mientras tanto, nos descuidemos el presente de una primavera que ha nacido huérfana, pero que nos conmina a sacar lo mejor de nosotros mismos para con los demás, para reconocer su esfuerzo, su dignidad, su dolor: porque justamente nuestra grandeza queda mucho más a la vista en los meses de abril robados.

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PIN, PAN, FUEGO EN LA EDUCACIÓN

13 de Febrero del 2020 a las 18:13 Escrito por Jaime Aguilera

 

Publicado en Tribuna de Diario Sur el 13 de febrero de 2020

Otra vez: nada más comenzar la legislatura se abre una guerra civil, la enésima, donde a cuenta de un pin parental que se va a implantar en la comunidad de Murcia y que nadie sabe muy bien lo que es, unos defienden el pin y otros contraatacan oponiéndose con el pan, y en medio un alumnado y un profesorado que se siente abatido por un fuego cruzado en algo tan básico como la educación.

Es de un gran cinismo político que en varios programas electorales aparece lo que la mayoría ansiamos desde hace muchos años: un pacto nacional por la educación. Pero no hay manera: en los primeros días de la andadura del nuevo gobierno la derecha exige en Murcia un pin para controlar al docente y la izquierda exige un pan que anule el pin argumentando que “los hijos no pertenecen a los padres” y llegando a pedir la aplicación del artículo 155 en la comunidad de Murcia por aplicar el pin. En definitiva un partido de “ping” y de “pong” donde la pelotita blanca no es otra cosa que algo tan básico como la educación. Así nos va.

Coincide que en la plataforma iPasen de la Junta me salta la petición para que autorice, o no, la visita de mis hijos al Archivo Municipal de Málaga (¿el famoso pin?) Y mi mujer y yo la autorizamos, porque donde más aprendí, en un colegio de curas por cierto, fue en las excursiones que hice, y porque desde aquí agradezco al equipo docente del IES Mayorazgo su esfuerzo por salir repetidamente de la rutina de las clases para aprender extramuros; eso sí, respetando a los padres que no autorizan.

Porque lo importante es copiar a nuestros vecinos de Europa que promulgan leyes educativas por encima del gobierno de turno, normas básicas que no son inmutables, que se van adaptando a la realidad, pero que se sacan de la arena política por el bien de todos. Normas básicas – de mínimos si ustedes quieren, pero básicas- con vocación de permanencia en el tiempo, que armonicen el descontrol de diecisiete sistemas educativos (no me voy a extender con los excesos que se han llevado a cabo en los colegios e institutos catalanes) y que reconozcan con mayúscula la autonomía en la gestión de los centros y la figura de autoridad, no de los grupos de wasap de los padres hiperprotectores, sino del que tiene que mandar en el aula: el profesorado. Normas que de una vez por todas otorgue a la Formación Profesional la importancia crucial que tiene y la vincule sí o sí al mundo empresarial; que se adapten a la sociedad digital pero, ojo, sin olvidar nunca formar en competencias básicas y, sobre todo, en valores mínimos y consensuados con los que quiero pensar que todos, los de izquierdas y los derechas, estamos de acuerdo.

Pues de eso nada de nada. Aquí lo importante es el pin o el no pin. Lo axiomático no importa: lo importante es decidir si la asignatura de religión puntúa o no. Particularmente soy un bicho raro: me considero católico y afrancesado, eso quiero decir que soy partidario de una catequesis, como católico que soy; pero en la parroquia, no en el colegio, como los franceses. Porque por encima de la importancia curricular de la asignatura de religión hay muchas otras cosas: no nos perdamos otra vez en las ramas, por favor.

Les digo a los del pin que dejen de desconfiar en los docentes y se centren en los importante Les digo a los del pan que no vivan obsesionados ni con la religión ni con entrar al trapo de los del pin. Les digo a los del pin a los del pan que se dejen de memeces y se sienten y no se levanten hasta consensuar un pacto nacional por la educación: cosa que, visto lo visto, tampoco va a ocurrir en esta legislatura.

Lo dicho. La educación no puede ser el arma arrojadiza para un fuego cruzado de pin y de pan. Porque todas sabemos que con las cosas de comer no se juega, ni con el pin ni con el pan.

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DEJEN DE SER IDIOTAS

15 de Diciembre del 2019 a las 9:01 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna de Diario Sur el jueves 12 de diciembre de 2019.

https://www.diariosur.es/opinion/dejen-idiotas-20191212000523-ntvo.html

En la antigua Grecia, origen de nuestra democracia, se llamaba idiotas a los que les daba igual el bien común, el interés general. La palabra idiota proviene del griego ‘idiotes’ y se refiere a aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses privados. La raíz ‘idio’ significa ‘propio’, en clara contraposición a lo que no es solo propio sino de todos, y es la misma que nos aparece en castellano en palabras como ‘idioma’ o ‘idiosincrasia’.

Pues bien, el tiempo pasa inexorablemente y da la sensación de que nuestra clase política en su inmensa mayoría sigue siendo eso, idiota: atareados y empeñados en tareas propias de idiotas, porque no piensan en lo que nos importa a todos sino en intereses partidistas y particulares, en que nos desangremos vivos en el espacio y en el tiempo. Porque parece que lo que quieren es que no muera la lucha cainita entre los españoles, bien en el espacio de su propio territorio plural y asimétrico; bien en el tiempo de su propia historia tormentosa de dictaduras, repúblicas y monarquías.

Algunos de ellos, incluso, envalentonados por la fuerza de una supuesta nueva sangre revolucionaria y regeneradora, se atreven a poner en tela de juicio nuestra Transición -estudiada y admirada en todo el mundo- y su producto más destacado: la Constitución del 78, la que nos ha proporcionado cuarenta años de prosperidad y desarrollo nunca antes conocidos -parece que se nos olvida rápidamente- y que por supuesto puede ser reformada -ella misma dedica un título a su propia reforma-, pero desde el mismo prisma desde el que fue concebida, desde el consenso propio de los que no son idiotas. Y aquí está el problema, en que esta palabra, ‘consenso’, y su campo semántico: pacto, acuerdo, convenio, concierto, trato… han sido demonizados, y así nos va.

El buen político, el que ya sabemos por la etimología que no es idiota, es el que antepone el interés general a su propia supervivencia en el poder, al sillón de turno o a la encuesta coyuntural. En este sentido, atreviéndome a dejar a un lado la idiotez para pensar no en lo propio sino en lo que nos atañe a todos, me atrevería a proponer tres asuntos para que dejen, y dejemos, de ser idiotas. Seguramente hay más asuntos, pero creo que no estaría mal empezar por estos tres.

Educación. En plena Segunda Guerra Mundial, Churchill revisó en proyecto de presupuestos del Reino Unido y preguntó porque se recortaba la partida de Educación y Cultura. Le respondieron que el presupuesto militar era ese momento lo prioritario. Con su flema británica respondió: precisamente por ello no se puede rebajar, el principal motivo por el que luchamos contra los nazis es para conservar nuestra educación y cultura. Y es que no hay duda, el mayor patrimonio y la mejor inversión de una nación es su educación. Pero como estamos rodeados de idiotas, todavía no hemos sido capaces de sellar un pacto por la educación que, como cualquier país europeo, por encima de ideologías, busque la excelencia y la formación para el empleo; que, por encima de ideologías, sirve para unirnos y para que seamos más libres, y no para pelearnos entre nosotros y ser cada vez más dogmáticos.

Pensiones. Cuando éramos menos idiotas y pensábamos más en el bien común, se ve que todavía nos quedaba algo de oxígeno consensuado de la Transición, fuimos capaces de crear el Pacto de Toledo para dar viabilidad y sostenible a un sistema de pensiones. Pero es un hecho objetivo, no ideológico ni discutible, que la situación va a ser, si no lo es ya, insostenible. Y nada, no hay manera de que los políticos se sienten en una mesa, aparten sus «idioteces» y decidan con vocación de permanencia el camino a seguir, que seguramente no gustará ni todo ni a todos, pero que debe ser pactado fuera de siglas y de ideologías.

Agua y medio ambiente. Lo vemos todos los días y a todas horas. El cambio climático es un hecho y la gestión de los recursos energéticos va a ser fundamental en el porvenir de nuestros hijos. En los futuros conflictos el motivo principal que va a estar detrás va a ser la energía y los recursos naturales: el agua cada vez más escasa será la que nos lleve a darnos garrotazos unos a otros. Es fundamental por tanto un pacto nacional por el agua y el medio ambiente, pero nada, no es posible: ahí seguimos, pueblos, comarcas, comunidades, regiones, mancomunidades, nacionalidades… todos contra todos, como idiotas, y sálvese quien pueda…

En definitiva, un ruego reiterado una vez más desde esta humilde tribuna, una petición que una vez más caerá en saco roto, pero que no por ello me va a hacer callar: no pierdan más el tiempo y póngase a trabajar de una vez por todas en lo que de vez nos importa a todos; abandonen, por favor se lo pido, al menos por unos años, sus propios intereses; es decir, sean por fin políticos y dejen de ser idiotas.

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UNO MÁS DE LA FAMILIA

13 de Octubre del 2019 a las 14:47 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Diario Sur el 13 de octubre de 2019

Mi coche grande, la Zafira, tiene ya diecisiete años: la adopté a los dos años, por tanto lleva ya quince conmigo. Muchos me invitan a que me deshaga de ella, me espetan que ya tiene muchos años, que me compre uno nuevo… Yo les respondo con criterios pragmáticos y económicos, que si el dinero peor invertido es el de un coche, que si anda mejor que nunca y gasta menos que nunca…, pero me reservo, porque temo que no me van a entender, el que es quizás el argumento más importante: para nosotros, para mi familia, es difícil desprendernos de ella porque es uno más de la familia, casi al mismo nivel que en su día nuestro perro Bartolo o ahora la tortuga Benita.

El primer error es ponerle nombre. Decía Juan Ramón Jiménez que para amar una cosa, por simple e insignificante que fuera, lo primero que había que hacer era nombrarla. Yo heredé esta costumbre de mi padre, que bautizaba inmediata y arbitrariamente a los múltiples coches que compraba o cambiaba, como “El cordobés” (un Seat 850 con matrícula de Córdoba que adquirió cambiándolo en la misma gasolinera por el Dos Caballos en el que estábamos montados mi hermana y yo, de tal forma que fuimos a echar gasolina en un coche y salimos montados en otro), como “El Machaquito” (un Seat 131 motor Perkins que era más fuerte que el anís de Rute del que tomó su nombre) o el mismo Copito (un Opel Corsa que todavía tiene mi madre y que obviamente es blanco).

 Siguiendo esa tradición el Daewoo Matiz color rojo fue bautizado como Tomatito. Todavía lo recuerdo subiendo la cuesta del Cerrado con el motor ya muy recalentado y yo animándolo con mi hijo sentado detrás: “Venga, Tomatito, que tú puedes”. El pobre ya no daba más de sí y lo entregamos en Cumaca al comprar un Toyota Aygo. Mi hijo se empeñó en acompañarme para despedir a “su Tomatito” y el comercial se quedó pasmado cuando vio a mi hijo abrazado al Daewoo y con lágrimas en los ojos: “Tomatito, pórtate bien donde vayas, pórtate como tú sabes”. El citado comercial no pudo reprimir la emoción y me dijo: “Le pido por favor que no venga más veces a entregar un coche con su hijo”.

El caso es que salimos de allí con el segundo coche pequeñito y rojo, y claro está, ya no solo se distinguían los coches de la familia por nombre y sexo (la Zafira tenía género femenino y el Tomatito masculino), ahora habíamos rizado el rizo y habíamos instaurado una saga: el Toyota rojo pasó a ser bautizado como Tomatito II.

Es curioso y sintomático que cuando hemos vivido en el extranjero hemos alquilado coches por varias semanas, y nos ha ido muy bien, pero nunca lo hemos bautizado, quizás porque nunca los hemos considerado de la familia.

Disfruto mucho repasando (evito recordar aquellos en los que mi familia tuvo accidentes, algunos de ellos mortales) todos los coches donde he viajado, he aprendido a conducir, he amado, he dormido, he escuchado música, he hecho giras como escritor, he fumado, he conversado, he discutido… en definitiva, he vivido: el enorme Seat 1500 que decían que era un coche de ministro; el Chrysler que era muy bueno “porque era americano”; el Renault 4, el cuatro latas furgoneta de mis padrinos, Ramoncito, que conducía por los rastrojos del llano de Zafarraya; el Dos Caballos atascado en mitad de la nieve y lleno de productos de la matanza; el Dos Caballos furgoneta que era “la Fabiola” porque era, como nuestra reina belga, muy fea pero muy buena; el Cordobés; el Citröen Gs Club verde manzana que mi madre ponía a cien por Alfarnate de regreso de Periana; el “Foresillo”, un Ford Escort rojo que le pedía prestado a mi padre y me lo llevaba por toda España y Portugal, solo o muy bien acompañado; El Golf negro, mi primer amor, mi primer coche; el Seiscientos amarillo, con el que subíamos a comer a los Montes con los compañeros del Club 600; el Fiat Stylo; El Escarabajo que le pedía prestado a mi hermana y se perdió con las inundaciones del Trabuco; el Renault 5 amarillo que le pedía prestado a mi prima; el Susuki negro que es ya es el “buey vitalicio” que tira del simpecado de la Virgen de Gracia; el Jaguar que mi padre, en una jugada maestra, me cambió en vida por su Mercedes para que ya nunca, después de su muerte, me pudiera desprender de él.

Seguro que todos ustedes, mis discretos lectores, tienen también muchas historias con los coches que han desfilando delante de sus ojos, porque la historia de nuestra vida es también la historia de los coches que nos han acompañado, para bien y para mal.

Les invito a que también disfruten ustedes, al igual que yo, recorriendo los artefactos de cuatro ruedas que guardan con cariño en la retina de sus recuerdos.

Y no olviden mi advertencia, si les ponen nombre, ya saben, corren el riesgo de que pase a ser uno más de la familia.

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SERVICIOS SOCIALES ESENCIALES

10 de Septiembre del 2019 a las 11:03 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna del diario SUR el 9 de septiembre de 2019https://www.diariosur.es/opinion/servicios-sociales-esenciales-20190909002420-ntvo.html

Ahora que abandono mi responsabilidad en el Servicio de Protección de Menores de Málaga me siento más legitimado para exponer una idea que llevo rumiando varios años, pero que no me he atrevido a exponer en esta tribuna: quizás por no querer mezclar mis opiniones personales como articulista con las profesionales como servidor público, quizás por no querer que se interpretara que detrás de mis palabras se escondía un mero interés particular. De ahí que ahora sea el momento propicio.

Se habla siempre de tres pilares fundamentales del llamado Estado del Bienestar: las pensiones, la educación y la sanidad. A raíz de la entrada en vigor de la conocida como ‘Ley de la Dependencia’ se comenzó a hablar de esta última como el cuarto pilar. Sin abandonar este campo semántico, me gustaría matizarlo: el sistema de atención a la dependencia, sin dejar de ser básico y primordial no deja de ser una parte, no el todo, del llamado cuarto pilar del estado del bienestar.

Al igual que hay muchos tipos de pensiones ‘esenciales’, todo un elenco de servicios sanitarios ‘esenciales’ y distintos tipos de servicios educativos ‘esenciales’, hay varios servicios sociales ‘esenciales’, por citar algunos ejemplos palmarios: dependencia, violencia de género, discapacidad, renta mínima, ayudas de emergencia o menores…

Todos ellos merecen la consideración de ’servicios sociales esenciales’ del cuarto pilar del Estado de bienestar, ya que son básicos para la calidad de vida y la cohesión social. Más aún, y no exagero, de su buen funcionamiento depende muchas veces la vida, sí, la misma vida, de un bebé, de un anciano, de una mujer…

Comunidades como la andaluza o la valenciana han dado ya pasos legislativos importantes que abandonan el concepto de la obsoleta beneficencia, del carácter paternalista asistencial: ya se habla de un verdadero y reconocido derecho subjetivo, vuelvo a repetir, al igual que la pensión de jubilación, la educación primaria o una urgencia hospitalaria. No se está pidiendo una limosna a la sociedad sino que esta misma es quien se autoimpone una obligación legal. La comunidad valenciana habla ya de un «interés general y esencial»: a todos nos interesa, y con carácter básico, que un anciano ingrese en una residencia, que alguien que lo está pasando mal reciba un ingreso de subsistencia, o que se proteja inmediatamente a un menor que ha sufrido un abuso sexual por parte de su propia familia…

Y todo ello pasando de puntillas (merece un capítulo aparte) por la labor insustituible e impagable del llamado tercer sector de acción social. Al igual que ocurre con la educación o la sanidad concertada, también los servicios sociales concertados conforman el tejido y la red de gran parte de los recursos. Y no olvidemos nunca la cantidad de millones de euros que ello supone, y los miles y miles de puestos de trabajo, puestos de trabajo que, por cierto, no pueden ser deslocalizados a China o al sudeste asiático.

Sin embargo, y a pesar de las leyes que he comentado, las primeras que no se terminan de creer este carácter de esencial son las propias administraciones públicas, que una y otra vez meten en el mismo saco de los ’servicios generales’ a los que deben ser ’servicios esenciales’: no hablo de sueldos, simplemente de composición de plantillas y de reposición de las mismas, por poner un ejemplo. Que en un ayuntamiento, diputación, comunidad autónoma o ministerio no esté bien dimensionada la plantilla de profesionales de servicios sociales que atiende en sus respectivas competencias a su población supone, y es fácil de entender, exactamente lo mismo que si faltan médicos o maestros, y sin embargo existe la conciencia colectiva de cortar una carretera por un centro de salud, o por un nuevo instituto, pero no por un centro de servicios sociales comunitarios.

Quizás sean necesarias dos premisas básicas para que la consideración de esencial sea más visible, real y efectiva. Una, que se creen, o se vuelvan a crear, instituciones públicas con autonomía presupuestaria y de personal propia. Dos, que no se descarten servicios asistenciales de guardia públicos, que trabajen fuera del horario habitual de oficina.

Está ya totalmente interiorizada en nuestra vida diaria la figura de nuestro médico de cabecera y nuestra tarjeta sanitaria, o el profesor tutor de nuestros hijos en el colegio y el carnet de estudiante. Pues bien, de igual forma se tiene que conseguir que todos y cada uno de nosotros tenga un ‘profesional social’ de referencia en nuestro barrio de residencia y una tarjeta social única con nuestras peticiones y prestaciones. Alguien cercano, responsable, con un rostro conocido, que será el que nos guíe por el camino de nuestras ‘necesidades sociales esenciales’, y si tiene que haber un servicio de guardia en el centro de servicios comunitarios para actuaciones que no pueden esperar pues tendrá que haberlo: porque es algo ‘esencial’.

En definitiva, mis amables y fieles lectores, solo les pido que conformen en su mente una imagen final. Cuando piensen en las figuras de los profesionales sanitarios y educativos como pilares de nuestro Estado Social añadan siempre, por favor, a un tercer grupo: a los profesionales de los servicios sociales, porque, se lo aseguro, casi todos se dejan la piel por todos aquellos que lo necesitan.

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EL MAESTRO ALCÁNTARA Y EL DESCONOCIDO

18 de Mayo del 2019 a las 17:17 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna de Sur el 18 de mayo de 2019https://www.diariosur.es/opinion/maestro-alcantara-desconocido-20190518000613-ntvo.html

No es ninguna necrológica. Es la historia de una amistad con minúsculas, entre paréntesis: una amistad fugaz y frugal, una amistad paradójica y antitética… y sin embargo, una amistad al fin y al cabo.

Todo comenzó cuando decidí publicar una recopilación de artículos: viviendo en Málaga la idea del maestro Alcántara como prologuista era una aspiración atrevida, un sueño. Coincidió que su amigo José Luis Garci vino a dar una conferencia y mi mujer me dijo que seguro que allí estaba Alcántara, que fuera y se lo propusiera, que no tenía nada que perder. Y así lo hice, abordándolo con todo descaro al final del acto para hacerle la proposición. Me miró sorprendido a la cara y me respondió:

-Joven, no suelo prologar a desconocidos.

-Pues entonces, don Manuel, es cuestión de que nos conozcamos…

Y me dio su número de teléfono, para que nos conociéramos… Y la cosa nos llevó más de un año, porque si no era así no me podía escribir el prólogo. Nos citamos para almorzar en sus restaurantes de cabecera de Bellavista, de El Palo y del Rincón de la Victoria. Nunca, a pesar de mi insistencia, me dejó pagar: supongo que porque nunca pagan los jóvenes desconocidos.

Yo hablaba poco, escuchaba. A veces -las menos- estábamos los dos solos y otras tantas -las más- con otros amigos suyos a los que me presentaba como a un joven articulista al que le iba a prologar un libro. Se hablaba de todo, de temas de actualidad; pero también del mar, de la Guerra Civil, del barrio de la Victoria, de Alfarnate, de Neruda, de Aldecoa, de Azcona… yo sentía que estaba compartiendo mesa y mantel con la historia viva de nuestra literatura, que por un momento estaba formando parte de ella; sin embargo, al mismo tiempo me sentía un especie de infiltrado, casi un impostor: ¿Quién era yo, un desconocido, para atreverme a sentarme a almorzar en ese parnaso tan exclusivo?

Descubrí entonces, en la intimidad de mis lecturas, al poeta Alcántara: y ya nunca dejaría de releer a un «corazón capaz de lluvia», el que aseguraba que «si existía Dios, no tenía perdón de Dios». Comencé a citarlo en mis artículos como «el maestro Alcántara», porque como desconocido que almorzaba con él entendía que tenía todo el derecho de cita.

Pasé a formar parte de las muchas personas que conocían su rutina diaria: sabía que se levantaba tarde, no como yo: «Joven, yo siempre he sido búho; veo que usted ha pasado de búho a alondra». Sabía a la hora que estaba mandado su artículo diario a SUR, después de teclearlo en su Olivetti, después de corregirlo a mano y después de enviarlo por fax: «Joven, el fax es uno de los inventos más prodigiosos de la humanidad, y no voy a abandonarlo».

Sólo una vez me invitó a su estudio, en el mismo bloque donde vivía pero más alto, nada más entrar al Rincón. Allí vi sus búhos, sus libros, su máquina de escribir y su fax. Me preguntó que quería beber y yo, sin pensarlo le dije que un güisqui:

Don Manuel, he pasado de búho a alondra y de la ginebra al güisqui…

Como usted quiera, joven -comenzó a servirse la ginebra para él-…, pero no olvide las últimas palabras de Humphrey Bogart antes de morir…

¿Qué dijo? -pregunté inocentemente.

No debí de haberme pasado al güisqui…

Siempre había algún motivo para ir retrasando el prólogo, porque se suponía que ya nos conocíamos: que si había ido a Madrid, que si había sido jurado de un premio, que si le habían hecho un homenaje… Tampoco tenía prisa. Hasta que un día, había pasado ya más de un año, en una de las citas me entregó un sobre con dos folios mecanografiados: aquí lo tiene, joven.

Lo leí cien veces, me emocioné y lo llevé a la editorial. Al cabo de unas semanas lo llamé otra vez y lo invité a que asistiera a la presentación, junto al poeta Álvaro García, en la capilla del Cementerio Inglés de Málaga: «Joven, no he ido nunca a presentar un libro a un cementerio, pero cómo se le ocurre…»

Pero fue, y se sintió muy a gusto, porque, como decía al final del citado prólogo, a los viejos rockeros les complace que tipos como yo se apresten al relevo.

Y seguí escribiendo artículos, y volví a insertar el prólogo en la reedición de mis artículos ‘A pluma desnuda’. Pero ya no conversé más con el maestro, porque mi efímera amistad comenzó con Garci y terminó en un cementerio.

No lo olviden, no han leído una necrológica: sencillamente porque al margen de vidas y muertes hay pequeños destellos de amistad que se encierran para siempre en un paréntesis de gratitud, en la memoria agradecida de un joven desconocido hacia un maestro, hacia el maestro Alcántara.

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