DISCULPAS y FE DE ERRORES

21 de Junio del 2008 a las 10:42 Escrito por Jaime Aguilera

Quiero pediros disculpas por el retraso en estas últimas semanas, el cual ha motivado que cuelgue dos artículos de golpe, y que todavía me quede pendiente otro. Circunstancias familiares y profesionales han sido las culpables.

También quisiera agradecer a los nuevos suscriptores de esta página, que curiosamente han sido unos cuántos en estos últimos días, los minutos que cada semana dedican a este rinconcito de la red de redes, gracias.

Por último, a modo de fe de errores, en el artículo dedicado al pintor Emilio Moreno, se hace necesario cambiar la palabra “sordomudo” por “sordo”, ya que la otra noche tuve que escuchar sus reproches con su propio timbre, con lo cual queda más que demostrado que es sordo, pero no mudo. Perdona mi error, Emilio.

Jaime Aguilera

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JEREMIAH JHONSON

21 de Junio del 2008 a las 10:34 Escrito por Jaime Aguilera

Acaba de fallecer el director de cine Sydney Pollack. Muchos lo recordarán por películas como Tootsie o Memorias de África. Yo, por el contrario, me voy a detener en otra menos desconocida y que, al igual que esta última citada,  es un buen ejemplo del buen cine que hizo el tándem Pollack-Robert Redford.
 Sin embargo, en Jeremiah Jhonson  el rubio galán no puede rodearse de guapas mujeres, sencillamente porque está más solo que la una en mitad de las montañas nevadas del oeste americano. Si bien eso no impedirá que se enamore de un joven india y que la convierta en su mujer.
  Y es que no lo puedo evitar, a mí las pelis de personajes solitarios en mitad del campo me gustan, por eso también me encanta “Un hombre llamado caballo” o la magistral “Derzu Uzala” de Kurosawa.
 Jeremiah huye de la guerra y se refugia en las montañas, quiere escapar de la violencia; pero se terminará encontrando con la desgarradora existencia de tener que malvivir en territorio hostil y enfrentándose –de nuevo la guerra- a los indios que asesinan a su mujer.
 Dicen que las películas o los libros que nos gustan es porque nos terminamos identificando con el protagonista o con alguno de sus personajes. Puede que sea verdad, porque uno termina siendo, o queriendo ser, un Jeremiah Jhonson que tiene el corazón limpio; que no le gustan las muertes estúpidas, que ama los ríos, el agua y la nieve; que lo que más valora en las mínimas e imprescindibles relaciones humanas es la lealtad y la buena fe (que en el caso de este film se manifiesta en el viejo trampero y en su bella y joven mujer). Eso sí, puestos a elegir, si me tocara vivir como Jeremiah no me gustaría tanto lío con los indios y un poquito más de “oda a la vida retirada” de Fray Luis de León.
 En definitiva, si en los periódicos aparece publicada la muerte de Pollack, a mi me asalta de deseo de volver a ver Jeremiah Jhonson –supongo que también como homenaje póstumo a este director-. De esta forma, podré volver a vivir durante más de una hora otra vida en la que soy un anacoreta contemplativo, enamoradizo: dejemos a un lado el hambre que pasa el pobre.

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LA META DE MEHTA

21 de Junio del 2008 a las 10:29 Escrito por Jaime Aguilera

El director de música Zubin Mehta, a la hora de ser investido como Doctor
Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia, ha declarado que la
música es un instrumento de paz y fraternidad.
Palabras bonitas que por el mero hecho de serlo, y de estar pronunciadas es un
discurso protocolario, a mucha gente le suenan a hueco. Sin embargo, no
deberíamos de caer en la inercia de las palabras barnizadas con una miel que,
de tanto pronunciarse, llegan a empalagar.
Al los que nos gusta escribir se nos presenta una limitación importante: sólo
nos podemos comunicar con los que sepan leer en nuestro idioma. Bien es verdad
que existen las traducciones, pero ya se sabe: “tradutore, traditore”; porque
por muy bien que haga su trabajo el traductor nunca serán las mismas palabras
y los mismos sonidos que el idioma original. No es vano Nietzsche aprendió
castellano con el principal objetivo de leer El Quijote en su lengua
vernácula.
Por el contrario, la música es un lenguaje único y universal, un esperanto de
la expresión artística que llega al corazón de cualquier ser humano de la
misma forma. Da igual que viva en Harlem o en la Patagonia, en China o en
Londres.
“La música concilia pensamientos, ideologías y lima diferencias; el arte y la
música son elementos que aproximan personas y sentimientos, sensibilidades y
divergencias”, dice Mehta. Y ahí está la iniciativa de Barenboim creando una
orquesta con judíos y palestinos, donde todos hablan el mismo lenguaje
artístico y donde, cada uno respetando su identidad, las diferencias se hacen
ridículas.
El otro día, en Málaga, varias bandas de música desplegaban sus melodías por
plazas céntricas de esta capital: el aire de ese sábado soleado parecía más
tranquilo, más pacífico, más bello.
No sé si ha ocurrido alguna vez, pero desde luego yo no recuerdo ningún caso
donde un músico haya sacado una pistola y haya matado al compañero de al lado.
Ya se sabe que la música amansa a las fieras, y aunque sólo fuera por eso
todos deberíamos practicar la sana costumbre de escuchar y hacer música. De
esta forma todos tendremos la misma meta que Metha, que no es poco.

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LAS CHICAS DEL ALBÉNIZ

7 de Junio del 2008 a las 23:42 Escrito por Jaime Aguilera

Para la Güen y la Marquesa
 
 Primero desapareció el cine Victoria, el Andalucía y el Astoria. Ahora le va a tocar al único que quedaba en el barrio del chupaytira y a uno de los más míticos de Málaga: el cine Albéniz.
 Aunque a algunos televidentes tomateros les resulte un poco increíble,  este sitio se llama así no por Cecilia, la exmujer del presidente de la República Francesa, sino por su bisabuelo, el insigne y olvidado músico D. Isaac Albéniz. Eso sí, doy por hecho que el teatro municipal que sustituirá a este viejo templo del celuloide no se llamará Sarkozy, aunque todo es posible.
 La cosa es que cuando cierre sus puertas lo peor de todo es que se pierde, quién sabe si definitivamente, una forma de ver cine en cuanto al antes y al después de la propia proyección: una forma en la que se deja de hablar de calles para nombrar centros comerciales, una forma en la se cambia el paseo por los escaparates, la terraza por la franquicia, el camarero por el autoservicio.
 Porque en lo único que ganan los multicines modernos es en la comodidad de sus butacas, ahí me callo; en lo demás, insisto, cada vez más la sensación de que estoy pasando de aficionado a un número de entrada de espectador, de cinéfilo sin pretensiones a borrego adocenado y consumista.
 Apurando los últimos estertores de estas salas de la calle Alcazabilla, el otro día fui a ver “Las chicas de la lencería”. Me dí cuenta de que, en el fondo, este tipo de películas de cine independiente europeo se parecen bastante: humilde pero buena producción, cuidada fotografía y, sobre todo, un guión tragicómico que habla de las miserias y de las grandezas humanas con un sonrisa cómplice.
 En definitiva, quizás sea un estúpido y trasnochado romántico. Al menos me consuelo que al menos hay otras que piensan como yo: las chicas del Albéniz, señoras  respetables de más de 50 años que prefieren este tipo de cines en extinción y este tipo de películas poco comerciales. Señoras que, como yo, prefieren la conversación a las rebajas, la sonrisa al grito y, sobre todo, un sujetador con encajes hechos a mano a una pistola.

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