CONSERVACIONISTAS EN CONSERVA

15 de Junio del 2009 a las 9:13 Escrito por Jaime Aguilera

La magia de las palabras nos envuelve a veces con paradojas inquietantes.

En política se habla siempre del binomio antagónico entre progresistas y conservadores. De él se deduce que suele haber, para cualquier cuestión derivada de nuestra convivencia, dos planteamientos enfrentados: el progresista está a favor de lo que rompe con lo anterior, y así para este la palabra “matrimonio” tiene un mayor combinatoria; para el conservador, la única posibilidad legal de “matrimonio” es la une a la pareja heterosexual de toda la vida, porque se trata no inventar nada, de “conservar” todo igual.

Y así podíamos seguir con cualquier otro debate; sin embargo, y como siempre, hay una excepción que confirma la regla: en políticas medioambientales, el progresista es “conservacionista” y el conservador quiere “progresar” con nuevas fórmulas de explotación de los recursos naturales.

En estos días se ha abierto un debate público –ya era hora- sobre el rechazo de nuestro país a nuevas centrales nucleares. Ha sido gracias a la decisión que tiene que tomar el gobierno sobre si admitir o no una prórroga de funcionamiento a la central de Garoña, en Burgos.

Yo no quiero ser como algunos dogmáticos de la derecha, que consideran una cuestión de fe el hecho de apostar por la energía nuclear. Ahora bien, también estoy en contra de la prohibición a debatir esta cuestión por parte de la izquierda que nos gobierna.

La gente tiene que estar bien informada, tiene que saber que una quinta parte de nuestra electricidad se produce por energía nuclear, que es más barata y más segura en términos de red mallada eléctrica. Y que incluso le compramos este tipo de energía a nuestra vecina Francia que, dicho sea de paso, genera empleo, riqueza y tecnología con sus más de 50 centrales (el último encargo para construir nuevas plantas lo ha recibido de la “verde” Finlandia). En la otra parte de la balanza está el problema de los accidentes (Chernobil está presente) y el de los residuos radioactivos.

En definitiva, que decidamos si estamos dispuestos a asumir el coste de un si o de un no a la energía nuclear. Pero sin ser conservacionistas en conserva, dispuestos a todo por una religión que prohíbe las nucleares.

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UN MAR DE DUDAS

15 de Junio del 2009 a las 9:06 Escrito por Jaime Aguilera

He cruzado ocho veces el océano Atlántico en avión, todas ellas parcial o completamente de noche. En una de ellas recuerdo que mi padre comentaba que al menos se había quedado en España mi mujer, por entonces embarazada de mi primer hijo: lo decía por si ocurría un accidente aciago que dejaría una viuda y un nasciturus. Entonces lo tomamos por loco y le invitamos a cambiar de tema. Hoy descubro en la prensa que en el accidente fatal del vuelo de Air France entre Río de Janeiro y París ha muerto una madre y su segundo hijo: el padre y el primogénito no porque siempre viajaban en aviones distintos, por si ocurría la desgracia que finalmente ha ocurrido.

En mi primera vez hacía justamente la ruta maldita que bordea Senegal, me dirigía a Buenos Aires haciendo escala justamente en Río. Viajaba yo sólo y mi provisional compañero de travesía transoceánica y noctámbula no era otro que Luis Aguilé, el cantante. Recuerdo que pensé, mientras aprovechaba las once horas de sentada para hincarle el diente a la barroca y maravillosa novela de “Bomarzo”, que si nos ocurría algo en la inmensidad oscura de unas aguas profundas yo sería un muerto, un anónimo más, en el titular periodístico donde apareciera la desaparición del veterano artista hispano-argentino.

Coincide, y yo mismo me asombro escribiendo este artículo de la coincidencia, que otra de las veces era el primer vuelo Londres-Boston después de que hubieran partido otros desde este último aeropuerto con destino a las Torres Gemelas de Nueva York. Mi madre consideraba que mi mujer y yo estábamos locos, y sin embargo aquel vuelo sobrevolando el lugar donde se hundió el Titanic fue el comienzo de una de una de las mejores encrucijadas de mi vida.

Con todo esto quiero decir que el avión sigue siendo uno de los inventos humanos que menos entiendo: en palabras de mi mujer “una osadía hacia la Naturaleza” que me infunde admiración y respeto. Y que cuando ocurren tragedias como la de esta semana, mis miedos, mis admiraciones, mis recuerdos, Luis Aguilé y Osama Bin Laden se mezclan en un sobrecogedor y nictálope mar de dudas

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EL BANCO DEL TIEMPO

15 de Junio del 2009 a las 9:05 Escrito por Jaime Aguilera

El famoso dramaturgo alemán Bertolt Brecht, que se ve que no tenía mucho aprecio a los banqueros, dijo en cierta ocasión que sólo había una cosa peor que robar un banco: fundarlo.

Afortunadamente, y para curarme en salud, no voy a hablar de bancos que se dedican a traficar con dinero. Gracias a la crisis que, como el hambre, suele agudizar el ingenio se ha creado un banco del tiempo que trafica justamente con ese bien tan preciado.

No conozco todavía a nadie que haya abierto una cuenta corriente de horas, días o semanas en esta peculiar entidad financiera pero, al parecer, la cosa consiste en que uno paga con tiempo lo que el tiempo de otro le ha dado. Por ejemplo, un carpintero le paga la instalación que le ha hecho en su casa el fontanero no cobrándole el tiempo que dedique a hacerle un mueble de madera, para la casa del fontanero, se entiende.

Se ve que en estos tiempos donde el papel moneda brilla por su ausencia, y por pura necesidad, hemos tenido que volver a tiempos más medievales donde el trueque era la única “moneda de cambio” y el quid pro quo el único lema que lo sustentaba.

No se si en su más tierna infancia, o en su rebelde y extraña adolescencia, leyeron la historia de Momo –de Michael Ende, el de “La historia interminable”-; el caso es que esta obra aparecían unos hombres grises que se dedicaban precisamente a robar el tiempo.

Esta feliz idea ha surgido para que justamente, y en la medida de lo posible, no nos roben ese tiempo; para que podamos seguir ejerciendo una de nuestras más absolutas libertades, que no es otra que elegir –cuando podemos- dedicar nuestro más preciado tesoro en forma de horas a estar con nuestra familia o a leer un buen libro.

No en vano los ingleses, con su habitual y flemático pragmatismo, suelen decir que si verdad quieres conocer a un hombre, lo único que tienes que averiguar es cómo gasta su tiempo.

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