QUINCE MINUTOS DE FAMA

22 de Octubre del 2009 a las 11:56 Escrito por Jaime Aguilera

Coincidió hace unos días que estaba viendo el informativo de una cadena de televisión cuando conectaron, en directo, con la cámara norteamericana que seguía al un goblo a la deriva. Se supone que dentro iba un niño de tan solo seis años; entre él y su padre habían construido una especie de platillo volante casero que, una vez inflado con helio, tenía la capacidad de volar.

Finalmente, después de varias horas y varios cientos de kilómetros por las áridas tierras del estado de Colorado, el globo aterrizó y los policías pudieron comprobar, con el alma en vilo de medio mundo, que dentro no había ningún menor.

Más de uno comenzamos a sospechar en un montaje cuando se informaba que la familia en cuestión había participado en algunos de los llamados “reality shows”. No hizo falta mucho tiempo: al propio niño, en su inocencia confesa, se le escapó, cómo no, en un plató de televisión y en horario de máxima audiencia, que su padre le había dicho que se escondiera en el desván.

¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar con tal de salir a través de la caja tonta? Claro que todos somos culpables de la inversión de una escala de valores donde la “fama” no se mide por los méritos sino por la capacidad de atracción en la dichosa cuota de pantalla.

Recuerdo ahora al español que nos tuvo engañados durante un tiempo –con reportajes, libros, ruedas de prensa y todo lo que de notoriedad y dinero- diciendo que había sufrido los horrores del campo de concentración de Mauthausen, cuando en realidad nunca había estado allí. De paso le vendrá esta historia muy bien a los iluminados que siguen negando la existencia del genocidio nazi.

Se ve que todo el mundo occidental, culto y refinado se ha tomado al pie de la letra los quince minutos que, según el pintor Warhol, todos íbamos a tener el derecho de salir en televisión. Tan al pie de la letra que algunos hacen lo que sea por extenderlos a horas y horas. Así nos va.

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LA MUERTE TENÍA UNA FECHA

12 de Octubre del 2009 a las 19:57 Escrito por Jaime Aguilera

Para Fernando Correas y René Barrier

           

            La otra noche, en el banquete de la boda de un amigo, surgió el debate de si nos gustaría o no saber la fecha –y yo añadiría la hora y el minuto- exacta en la que vamos a dejar de soportar y disfrutar esta –como diría Sastre- “pasión inútil” que es nuestra propia vida.

            En la conversación aludí a la madre de mi antiguo amigo Dimas,  que en un viaje a

la India le preguntó a un afamado santero por la fecha de su sepelio. Sólo ella lo sabe desde entonces, y nunca se lo ha dicho a nadie, ni siquiera a sus propios hijos.

            Había un amplio consenso en que si te decían una fecha cercana a los cuarenta abriles que rondemos, la cosa tenía castañas. Pero si, por el contrario, la señal en el calendario que el destino tenía preparada para ti era lejana en el tiempo, más acorde con un otoño dorado de senectud, la cosa podía tener hasta ciertas ventajas, ya que te podría permitir despedirte en condiciones de los tuyos, dejar el funeral preparado y –añado yo- calcular el tiempo para leer el Ulises y volver al balneario de Balestrand.

            Yo, estando en parte de acuerdo con este último consenso, no dejaba de incidir en el miedo atroz  cuando se fuera acercando la hora pronosticada en tu personal crónica de una muerte anunciada.

            En cualquier caso, siguiendo la recomendación de uno de los contertulios de la citada boda, he hecho el test de la muerte en  Internet. Me ha salido que moriré con más noventa años. Ha sido un consuelo, mínimo y poco tranquilizador, pero me atrevo a seguir llamándolo consuelo. Aunque el test no me ha dicho lo maltrechos que estarán mi cuerpo y mi mente a esas alturas de la película, o si mi alma navegará por la más absoluta de las soledades.

Sea como sea, seguiré esperando a la que el maestro Alcántara llama Despiadada Dama de Horrenda Faz, saboreando cada segundo de este atardecer de otoño en la bahía, fumando y escuchando –casualidades de la vida, no de la muerte- el Réquiem Alemán de Brahms.

No vaya a ser que Sergio Leone se equivocara y ahora resulta que la muerte no tenía un precio cierto, sino una fecha anunciada.

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LA NUEVA HISTORIA SACRA

7 de Octubre del 2009 a las 11:09 Escrito por Jaime Aguilera

De todos es sabido que la Iglesia Católica Apostólica y Romana supo servirse de los mitos antiguos para “convertirlos” al nuevo dogma. Así, por poner un ejemplo, el solsticio de verano lo metamorfoseó en San Juan y el de invierno en Navidad. Al mismo tiempo, con una astucia que le ha hecho sobrevivir más de dos mil años, le puso un santo o santa a cada día del calendario, e hizo de cada hito de nuestra vida algo sacramental (bautismo, primera comunión, matrimonio y extremaunción).

Pero, como diría el castizo, los tiempos avanzan que es una barbaridad. Y ahora todo va perdiendo el olor a incienso y a sacristía y se va sustituyendo por otro, menos trascendental pero igualmente simbólico. Incluso a veces intentan convivir los dos: en los actos de la Virgen del Pilar de la Guardia Civil el coronel me invita a la misa y al acto; el Subdelegado solo al acto.

Ahora los bautizos y las bodas pueden ser de hecho, civiles o canónicos, o incluso las tres cosas consecutivamente; a lo que habría que añadir en el caso de las bodas que pueden ser homo o heterosexuales. En un orgía postmoderna todo está permitido, y así, en un vídeo que me envía mi amigo Juan Frank, el desfile nupcial se convierte en un musical de Broadway. O el reportaje fotográfico de bodas pasa a ser temático en función de las aficiones de los novios: todo hecho debajo del agua o haciendo una recreación bélica porque al novio le gustan las películas de este género.

Los días son bilingües en su santoral: además de San Saturio es también el Día Internacional de la bicicleta, o de la eliminación de las barreras arquitectónicas. Y lo mismo ocurre con las fiestas, donde al lado del Día de la Constitución sigue estando el la Inmaculada Concepción.

La gente pide que su funeral sea en una catedral, o en un teatro con la bandera anarquista como Fernán Gómez.

Pero si nos damos cuenta, sigue habiendo días de algo, bautizos o bienvenidas, matrimonios o uniones, entierros o despedidas. Porque necesitamos aferrarnos a gestos, guiños, recordatorios y homenajes para poner el lazito –religioso o ateo- a nuestras más recónditas emociones.

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ORINAR EN LA DUCHA

2 de Octubre del 2009 a las 13:47 Escrito por Jaime Aguilera

Antes de la película “Delicatessen” proyectaban un cortometraje genial –uno de tantos desconocidos- del mismo director –Jean Pierre Jeunet- y que se titulaba “Tonterías”. En él, el único protagonista decía lo que le gustaba y no le gustaba ver o hacer: fue la primera vez que escuché a alguien hablar sobre el placer de orinar en la ducha.

A partir de entonces, en total clandestinidad, comencé a practicar lo que consideraba un “pequeño vicio inconfesable”. Inconfesable y nada antihigiénico puesto que, naturalmente, lo practicaba antes de la ducha y no después.

Después vendría Mercedes Milá y haría una confesión televisiva de esta práctica. Todo el mundo la tachó de guarra, con lo que seguí practicándola en la más absoluta intimidad.

Pero mira por donde, una ONG brasileña –SOS Mata Atlántica- ha lanzado una campaña en la que aparecen famosos personajes haciendo lo propio mientras se enjabonan. Todo ello con el claro objetivo de salvar los bosques brasileros ahorrando agua: según sus cálculos, cada vez que le damos a la cisterna se pierden 12 litros de agua, por cuatro vez al día hacen 48 litros; o sea, unos 4000 litros al cabo de un año y por persona. Obviamente, a casi nadie se le escapa que son unas cuentas mal hechas, porque para ser ciertas exigirían que nos ducháramos cuatro veces al día, lo que tendría como resultado un mayor gasto de agua final. Pero lo importante es llamar la atención y conseguir que si coinciden las dos necesidades higiénicas –la aséptica y la mingitoria- se aproveche el mismo agua. De hecho, algunos inventores ecologistas proponen que el agua sobrante de la bañera y/o el plato de ducha vaya llenando un depósito que después se utilizará como cisterna.

Así pues, una vez puesto en pública evidencia que mi “vicio” es higiénico y, además, políticamente correcto y ecológico, he decidido convertirlo en “virtud” y salir del armario.

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