HAITÍ

19 de Enero del 2010 a las 13:01 Escrito por Jaime Aguilera

Mi antiguo compañero de colegio mayor, el escritor e investigador Javier Sierra, que ha pasado a ser un malagueño de adopción y residencia, dijo el otro día en prensa que no hay que hacer demasiados planes a largo plazo; que olvidamos que, por ejemplo, una gran parte de Andalucía Oriental tiene un riesgo sísmico elevado. Esta reflexión me dejó un poco meditabundo y otro tanto acojonado.           

Pero ahora que veo por televisión lo de Haití me deja más meditabundo si cabe y el doble más de acojonado.           

Hasta ahora Haítí era para mí el paradigma de contradicción histórica. El primer país de la América Latina que consiguió la independencia. Un país en el que los esclavos consiguen

la República que soñó Espartaco, pero que poco tiempo después es esclavizada de nuevo por

la República que acaba de proclamar libertad, igualdad y fraternidad. Un país en el que quién se revela después no son los esclavos sino los mulatos, pero que poco tiempo después es invadida y sometida por el único país que  declaró la independencia antes que ellos, que es también un poco mulato, y a cuyo tío Sam le entró de pronto mucha hambre por el “jamón” americano que tenía bajo sus pies.
           

Un país que ya no tenia, y que ahora tiene todavía menos, árboles, carreteras,  colegios, hospitales –incluso ahora sin Palacio Presidencial-; pero que ello no ha sido obstáculo para que sus libertadores de declaren reyes, incluso emperadores, jefes de estado, incluso “papás” de todos sus súbditos.           

Un país que, después de este último hito sísmico de su aciaga historia, quizá se deba plantear jubilar a su santa patrona, que no es otra que

la Virgen del Perpetuo Socorro.

            Lo dejo. No tengo ahora número de cuenta para hacer donativos pero voy a ingresar algo en el primero que encuentre.

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EPIFANÍAS DE ILUSIÓN

8 de Enero del 2010 a las 13:55 Escrito por Jaime Aguilera

En estas fechas navideñas que acaban de pasar, bien sea porque no te ha tocado la lotería, o porque cambiamos de año, o porque viene sujetos vestidos de rojo por la Coca-Cola o tres Reyes Magos, la gente suele desear salud: porque se dice que es lo más importante.

En el pueblo de mi madre, en Zafarraya, había un paisano que contestaba, cuando le deseaban salud por estas fechas, que él deseaba estar sano, pero que no le importaba un leve dolor de cabeza si a cambio subían los números de su cuenta corriente.

Yo digo algo parecido, la salud es importante; y la salud regada con el dinero justo y el amor necesario es un dulce que no le amarga a nadie. Pero, en mi modesta opinión, lo más importante de todo, lo que a mí me gusta desear con el nuevo año –y aprovecho para hacerlo con ustedes, anónimos lectores- es la ilusión, las ganas de vivir en este extraño mundo.

De nada sirve estar muy sanos si queremos que los días pasen sin pena ni gloria, si levantarnos cada mañana es un suplicio. De nada sirve poder alicatar el cuarto de baño con billetes de quinientos euros si lo único que nos provoca es ansia y angustia por conseguir más cuartos de baño y más billetes de quinientos euros. O de nada sirve estar completamente enamorado si la otra persona no te corresponde; o la inversa, que la otra esté que bebe los vientos por ti y tú como el que escucha llover.

Cuando tu hijo se levanta la mañana de reyes –más bien la noche, porque ni siquiera es de día todavía- y observa con infinita fruición como los supuestos camellos de Sus Majestades se han bebido los vasos de leche, y abre los paquetes, y se le abre la boca, y se le dilatan las pupilas… Cuando ocurre todo eso es cuando se produce la verdadera epifanía –manifestación, aparición- de la plenitud de la vida, de la plenitud de ilusión que desborda su tierna inocencia.

Por todo ello, insisto, les deseo que en este año que empieza sean partícipes, sobre todo, de muchas epifanías de ilusión.

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