UNA NUEVA TRANSICIÓN, YA

2 de Marzo del 2015 a las 19:10 Escrito por Jaime Aguilera

http://www.diariosur.es:80/opinion/201503/01/nueva-transicion-20150301005121-v.html

Hace un tiempo, con ocasión de la muerte de Adolfo Suárez, aproveché esta tribuna para elogiar la figura del abulense y, por extensión, la del periodo al que ya va unida esta figura y que todos conocemos como la Transición. Tras leerlo una buena amiga, profesora de la Universidad Carlos III y también articulista a la sazón, me contestó que no sacraliza para nada la Transición. Paso a contestar.

No pretendo sacralizar la Transición hasta el punto de no admitir que no tuvo defectos. Ahora bien, estoy dispuesto a defenderla frente a los muchos arribistas dispuestos a firmar su certificación de defunción, precisamente para usarlo como certificado de nacimiento de un “nuevo amanecer”: miedo me dan, solo hay que acudir a la historia, los que se convierten en demiurgos mesiánicos de nuevos periodos históricos, los que se erigen en matronas de una nueva criatura que casi siempre termina convirtiéndose en un muñeco totalitario confeccionado a su medida.

Es cierto que el contexto se lo ha puesto fácil: la muerte de Suárez, la abdicación de la otra gran figura de la restauración democrática, el rey Juan Carlos, el órdago secesionista catalán, el deterioro de la vida pública y la profunda crisis económica han sido el caldo de cultivo ideal para alimentar la idea de que algo nuevo es necesario, un nuevo día que insufle esperanza frente a la noche oscura a la que nos somete “la casta política”.

Pero la rabia del indignado, de la que también soy partícipe, no nos debe cegar la perspectiva. No debemos olvidar el hecho de que defienda la memoria de una Transición que, entre otras cosas, me permite escribir esta Tribuna con total libertad.

Ahora bien, eso no quiere decir que esté de acuerdo con la situación actual del sistema. Insisto, no estoy ciego. Todo lo contrario, también yo cargo contra “la casta” y pienso que es imprescindible darle la vuelta al calcetín: la gran diferencia es que, aunque parezca paradójico, cuento con “la casta” para este giro. Dicho de otro modo, es necesario un cambio del cambio, una nueva transición desde las mismas instituciones que hicieron la primera.

Y para ello acudo a la experiencia que siempre nos aporta la historia, con sus aciertos y sus errores. De ahí que hable de una nueva transición, ya. Si Torcuato Fernández Miranda urdió junto al Rey Juan Carlos y a Suárez el “suicidio” político del régimen franquista por sus propias Cortes, ahora se hace necesario repetir el mismo jaque ganador, el mismo suicidio de lo que tiene que renacer.

Para ello es necesario un gran pacto entre los partidos políticos que compre un nuevo traje a una democracia con el vestido de novia lleno de manchas de corrupción y partitocracia. Pero tengo claro que quiero seguir con la misma novia, y no quiero experimentos que terminen prohibiéndome escribir esta tribuna. Por ello deseo, no sin cierto escepticismo, que los partidos políticos se den cuenta de una puñetera vez que tienen que hacer lo que ya se hizo hace 40 años: “suicidarse” de muchas cosas para cambiar el traje sin cambiar de novia.

Y lo primero es desvestirse de la partitocracia de la que los políticos son actores, los medios de comunicación cómplices y la sociedad en general encubridora: degüellan a veinte cristianos coptos salvajemente pero todo el espacio y todas las tertulias en los medios son para las zancadillas de un partido en Madrid y para la fiesta de cumpleaños de un futbolista. En este país solo hay dos partidos: los políticos y los de fútbol. Así nos va y así no podemos seguir si queremos ser una sociedad democrática madura. He conocido a muchos políticos honrados y vocacionales, y la política es una noble vocación de servicio público, pero no debería ser nunca ni la vocación del servicio a los intereses del “partido”, ni un oficio para ganarse la vida como sea, ni una excusa para meter la mano.

Y lo segundo es ponerse de acuerdo de una puñetera vez en cosas por encima de cualquier dichoso partido político: el modelo territorial (incluida la función del Senado), el sistema judicial (el único que quizás no se haya reformado nunca desde la Transición), la ley de partidos (incluyendo, como no, normas claras para el acceso a un puesto político y para la corrupción) y el sistema educativo (es vergonzoso que cada partido cambie las normas cuando llega al gobierno). Eso para empezar.

Que la situación sea crítica tiene de bueno que debería abrir los ojos al propio sistema, a la propia “casta”, pero de nada sirve si no madura la determinación, por encima de todo, incluso de golpes de estado, de la que hicieron gala los protagonistas del tránsito a la democracia.

Y hace falta ya, no podemos esperar más.

Han pasado cuarenta años y es necesario una nueva “ley para la reforma política”, un nuevo vestido de novia para una nueva transición, ya. Precisamente para que todos estos cuarenta años no terminen en un “divorcio a la venezolana”.

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