VILLA MAYA

3 de Julio del 2018 a las 17:41 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna de Diario Sur el 3/07/2018www.diariosur.es/opinion/villa-maya-20180703211921-nt.html

Las mañanas de julio en el Limonar son frescas y apacibles, a ello contribuye la profusa arboleda y que no hay clases en los colegios cercanos. Llego hasta el número 19 de la calle República Argentina: allí sigue, Villa Maya, aparentemente sin muchos cambios desde aquel otro julio del 36, hace más de 80 años, aunque es evidente que los años no pasan en balde: le vendría bien una mano de pintura; la cubierta de teja plana, que tanto encanto le da, está un poco curvada; hay restos de poda en el jardín y el buzón está lleno de publicidad.

Curioseando la vida de George, el inglés del cruce, el padre de Marjorie Grice-Hutchinson, para un publicación sobre el Cementerio Inglés de Málaga, descubrí que muchas de las personas a las que les salvó la vida George, llevándolas a Gibraltar en su yate ‘Honey bee’, habían salido de aquella casa.

Es curioso, muchos pasamos todos los días por esa casa; muchos vamos camino del instituto, del centro de salud, del supermercado… y apenas nos hemos fijado en esa sencilla y pequeña construcción de una sola planta; sin embargo, por ella entre pasaron en medio año, entre julio del 36 y febrero del 37, más de quinientas personas que salvaron su vida gracias al esfuerzo, la valentía y el arrojo del cónsul de México en Málaga, Porfirio Smerdou.

 

Resulta increíble pensar, y lo sabemos gracias a la investigación del profesor Antonio Nadal, citado por el periodista Diego Carcedo en su historia novelada ‘El Shindler de la Guerra Civil’ (Ediciones B, 2003), que llegaron a convivir en esa casa más de cincuenta personas al mismo tiempo, durmiendo en cualquier trocito de suelo, incluyendo por supuesto los pasillos.

Resulta increíble imaginar la meticulosa organización para hacer uso del cuarto de baño, para que todos desayunaran, almorzaran y cenaran en tan reducido espacio. Incluso llegaron a tener un horario de servicios religiosos, incluso se llevaron a dormir a la casa de al lado a los niños más pequeños para que se pudiera dormir algo.

Es evidente por tanto, por increíble que parezca, que si Villa Maya hubiera sido refugio de judíos en la Alemania nazi, o en cualquiera de los territorios ocupados por Hitler, ya se habría hecho más de una película que narrara esta hazaña. Pero no es la casa de Ana Frank, no es la casa de ‘El pianista’, no es el campo de concentración de ‘La vida es bella’: es sencilla y llanamente Villa Maya, en el Limonar de Málaga.

Los propios refugiados hacían los turnos de vigilancia a cada hora del día: ahora un seto crecido impediría esa labor de seguridad, y los únicos y estáticos vigías son los cuatro árboles que la rodean en sus cuatro puntos cardinales: un pino, una araucaria, un ciprés y una palmera.

Resulta increíble, viendo el buzón lleno de publicidad, que Porfirio organizara, en una Málaga sitiada por fuera por las tropas nacionales, y por dentro por la locura de los comités revolucionarios, toda la correspondencia de los refugiados a través de valijas diplomáticas enviadas por barco a Gibraltar, hasta tal punto que el irónico cónsul británico lo bautizara como el Porfirio´s Mail Service.

Porfirio Smerdou fue el primero en organizar en Málaga un intercambio de prisioneros entre la República y los nacionales. Al final, cuando también era el representante consular de Argentina y Málaga ya había sido tomada por las tropas nacionales, salvó la vida a siete republicanos –con la complicidad del doctor Gálvez Ginachero– trasladándolos, disfrazados de parturientas, desde el consulado argentino hasta la clínica del citado doctor. Porque a Porfirio le daba igual el signo político, lo único que tenía claro es que nadie tiene el derecho de quitarle la vida a nadie…, y ello le costó su puesto de vicecónsul y que incluso fuera investigado judicialmente por la nueva España franquista.

Como ya he dicho en más de una ocasión, no soy muy partidario de remover heridas con estériles memorias históricas, pero, desde luego, si hay que agitar una y otra vez la memoria debería ser para sacar a colación personas como Porfirio, lugares como Villa Maya.

Decía el otro día Ruiz Povedano que en Málaga debería haber leyendas, anotaciones, placas que vayan señalando la historia de cada rincón de esta milenaria ciudad. No le falta nada de razón. Por eso sé que Ruiz Povedano estará de acuerdo conmigo en que Villa Maya debería tener alguna referencia que contara en su puerta todo lo que se vivió dentro de sus muros. Es más, hasta podría ser visitable. La visita, o el correspondiente documental o película, tendría banda sonora: el Himno de los refugiados que fue compuesto por uno de ellos mientras permanecía dentro de la casa.

Los más de quinientos refugiados quisieron comprar después de la guerra Villa Maya para regalársela a Porfirio, pero finalmente no lo hicieron: Porfirio Smerdou murió con 96 años en 2001, en El Escorial. Quizás sería el momento de retomar la idea de comprar Villa Maya entre todos los malagueños.

 

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