SUEÑO DE UNA NOCHE DE PRIMAVERA

2 de Mayo del 2021 a las 12:49 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Tribuna del Diario Sur el 27 de abril de 2021

Poco a poco se fue enrareciendo el ambiente. Comenzaron las peleas en las calles y en los mitines, otra vez: doscientos años después los españoles volvían, otra enésima vez más, a pelearse a garrotazos, otra vez las dos Españas…, otra vez. Y llegaron sobres amenazantes con balas, y se levantaron de la mesa del diálogo, y mientras tanto seguían moriendo en soledad, año y medio después, los muertos de la pandemia. Y seguían aumentando las listas del paro, y seguían sin venir como antes los turistas, y los fondos europeos tampoco llegaban, y el gobierno decidió que ya no podía prorrogar más el estado de alarma, y que ya no había dinero para más ertes, y de pronto medio millón de españoles se fueron al paro, y los políticos seguían en sus trece, enrocados en posturas irreconciliables, y con el país hundido en la miseria…

Fue entonces cuando el presidente del gobierno decidió, por mero tacticismo político, adelantar las elecciones generales: hacía falta, dijo, un nuevo gobierno que gestionara el fin de la pandemia, que no terminaba de llegar nunca, y el inicio de la recuperación económica, que tampoco terminaba de llegar…

Pero el resultado de las elecciones fue incierto: no había ninguna mayoría clara, y como seguían sin hablarse los políticos nadie daba su brazo a torcer. Y el rey propuso finalmente como candidato otra vez al que ya era presidente del gobierno, simplemente porque había ganado las elecciones por un puñado de votos, pero salió derrotado en la sesión de investidura, y comenzaron los dos meses para repetir las elecciones, y los políticos, y los españoles, seguían a garrotazos.

Hasta que llegó el día en que los españoles se despertaron con la noticia. A tres semanas de que concluyera el plazo de los dos meses, el rey, por sorpresa, proponía como presidente del gobierno a don Rafael Nadal Parera: ¿el tenista? Sí, contestaban todos con asombro, Rafa Nadal, el tenista…

Y de pronto una mayoría silenciosa (la mayoría oculta que estaba harta de la pandemia, de la pobreza y de los garrotazos) se echó a la calle: con mascarilla y con pancartas que decían “Vamos Rafa…” o en caravanas de coches pitando y gritando el mismo eslogan: “Vamos, Rafa”. Incluso hubo algunos, los más desesperados, que en lugar de un lazo con un color determinado se pusieron un pañuelo verde en la frente donde se podía leer: “Rafa for president”. Y muchos famosos, con Antonio Banderas y Pau Gasol a la cabeza, firmaron un manifiesto de apoyo a don Rafael Nadal Parera.

Y llegó el día del debate de investidura. Y don Rafael Nadal, impecable en un traje azul aviación, subió a la tribuna y vino a decir, en resumen (porque el discurso duró mas de media hora) que no pertenecía a ningún partido, que se metía en este tremendo lío porque así se lo había pedido su rey y por servicio a su país, y a renglón sentido pasó a enumerar una serie de propuestas que podían abrazar tanto los de izquierdas como los de derechas, porque nacían del más puro común de los sentidos.

Y los extremos votaron que no, y los de centro izquierda y los de centro derecha (por la presión de sus bases) se abstuvieron, y una exigua minoría de partidos regionalistas y de centro fueron los únicos que votaron que sí: una pena, pero suficiente para que don Rafael Nadal, sí, el mismo, el tenista, fuera investido como el octavo presidente de la Constitución del 78, una constitución que, a pesar de todo, seguía vigente.

Don Rafael Nadal se rodeó de los mejores, entre cosas porque los mejores sí estaban dispuestos a ser ministros en un gabinete presidido por él.

La consigna que dio a sus ministros, a los mejores, fue clara: quiero soluciones, me da igual las que sean, pero soluciones, no más problemas. Y por primera vez en más de cuarenta años se aprobaron, entre otras, una ley de educación, una ley del medio ambiente, una ley de contratos de trabajo y una ley de pensiones con vocación de permanencia. No eran leyes perfectas, ninguna lo es, pero por lo menos nacían del diálogo (no de los garrotazos), del sentido común (no de los intereses partidistas) y de la visión a largo plazo (no pensando en las próximas elecciones, entre cosas, porque ya había dejado claro Rafa Nadal que no repetiría como presidente).

Y fue así como se emprendieron rápidamente todas las reformas que Europa exigía para que por fin llegaran los fondos europeos, y por fin se vacunó a toda la población, y llegaron de nuevo los turistas, y llegaron de nuevo las inversiones, porque en el mundo entero España generaba la confianza necesaria para que todo volviera a ser como antes.

Y aquella primavera comenzó un sueño. Hasta que dos años y medio después despertamos y don Rafael Nadal, harto de puñaladas traperas a escondidas, dimitió y convocó elecciones. Y todo volvió a ser como antes, como antes del sueño de una noche de primavera.

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