17 de Abril del 2008 a las 9:17 Escrito por
Jaime Aguilera
Como si de un extraña simetría se tratara, y dentro del Festival de Cine de Málaga, vuelvo al Albéniz a ver otro documental: “Rif 1921. Una historia olvidada”. Llego corriendo al final de la presentación y al entrar en la sala casi tengo una colisión de lujo: estoy a punto de llevarme por delante –el sueño de alguna que otra fans- a Imanol Arias, narrador de la historia.
Acabo de leer con fruición el libro de viajes por esta región de Lorenzo Silva, “Del Rif al Yebala”, y descubro con agrado que este escritor ha colaborado como guionista en el documental.
La cinta me parece que disecciona con precisión y con amenidad –aunque la segunda mitad resulta un poco más espesa- un conflicto bélico que claramente ha marcado la historia del siglo XX de nuestro país, y que sin embargo permanece en el más intencionado de los olvidos. Sólo un detalle, gracias al imperio cultural –sobre todo cinematográfico- de los Estados Unidos conocemos con mucha más profundidad la guerra de Vietnam que la guerra del Rif. Todo ello a pesar de que ha sido determinante en muchos aspectos. Basten dos ejemplos simbólicos y sintomáticos al mismo tiempo: esta guerra será la plataforma de lanzamiento de dos desconocidos hasta entonces, Francisco Franco y Pablo Iglesias.
A principios del siglo XX, Marruecos entra en la tarta africana a repartir por las potencias coloniales. Francia opta por una colonización sociocultural y económica y España, por desgracia, se queda en la ocupación militar a la fuerza. Curiosamente hay dos personajes que representan muy bien dos visiones antagónicas: el mariscal Lyautey, homosexual, preocupado porque el poder tribal y del sultán no desaparezca (sigue habiendo monumentos en Casablanca en su honor) y, por otro lado, el general Silvestre, empeñado en demostrar a su amigo el rey Alfonso XIII los cojones que tienen los soldados españoles. Resultado: más de diez muertos vilmente asesinados, torturados y abandonados en el Barrando del Lobo y, sobre todo, en Annual.
Con cada uno de esos soldados de clase humilde –los ricos pagaban y se libraban- todos los españoles tenemos contraída una deuda: recuperar de la ignominia y el olvido nuestro particular y castizo Vietnam rifeño.
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10 de Abril del 2008 a las 9:27 Escrito por
Jaime Aguilera
Todo se acaba. Hace unos días dejó de existir, dentro del Regimiento de Transmisiones 22 con sede en El Pardo, la Sección Colombófila del Ejército de Tierra: sus integrantes eran cinco soldados y trescientas palomas mensajeras.
Y es que el ejército ha decidido dejar a un lado su vena romántica -que la tiene y muy acusada- y subirse al carro exclusivo de las nuevas tecnologías de la información; o sea, cambiar al pajarito por el móvil o el ordenador portátil. Lo más reaccionario dentro del gremio castrense -que lo sigue habiendo- advierten con maldad, y sin faltarles parte de razón, que a ver dónde van a acudir cuando fallen los aparatos modernos y no puedan enviar un mensaje.
En el acto se recordó el asedio durante la Guerra Civil al Santuario de la Virgen de la Cabeza, en Jaén, donde estas aves con vocación de cartero jugaron un papel fundamental: hacerles llegar a los Guardia Civiles sublevados y sitiados –junto a 1200 personas más- la manera en la que iban a recibir los alimentos. Especialmente se recordó a una de ellas, la condecorada paloma 46415, que fue herida de bala, llegó al santuario, arrastrándose, y murió justo después de entregar el mensaje. Se ve que la 46415 no tenía nada de republicana, lo mismo era aquella de Alberti que tanto se equivocaba. Sea como sea, supongo -no estoy del todo seguro- que será el único miembro de nuestro ejército que permanece disecado.
Como diría Lampedusa, todo cambia para que todo siga igual. En este caso, el ave ya no lleva los mensajes volando sino sobre dos raíles y, lo más importante, en el ya no tan varonil ejército español hay palomas con pluma que son despedidas; a cambio y por fortuna, se les da derecho de admisión a palomos con pluma que no saben volar, pero que están dispuestos a dar su vida por la Patria –con mayúscula-; eso sí, siempre que estemos hablando de un misión de paz y con mandato de la ONU.
En definitiva, el ejército y sus plumas han servido hoy para que yo ejercite la única pluma que tengo, que hace tiempo dejó de ser de ave mojada en tinta y se convirtió en una pantalla y unos botoncitos.
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8 de Abril del 2008 a las 9:34 Escrito por
Jaime Aguilera
DURANTE TODA ESTA SEMANA SE CELEBRA EN MÁLAGA EL UNDÉCIMO FESTIVAL DE CINE ESPAÑOL.
COLABORO CON DIARIO SUR Y TODOS LOS DÍAS CUELGO UN ARTÍCULO AL RESPECTO EN EL BLOG DE DIARIO SUR: http://blogs.diariosur.es/jaime-aguilera
POR SI A ALGUIEN LE APETECE ECHAR UN VISTAZO.
SALUDOS
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3 de Abril del 2008 a las 13:01 Escrito por
Jaime Aguilera
No han sido partes de guerra, pero lo cierto es que ha sido un goteo claustrofóbico y exasperante de desaparecidos: Yeremi, Amy, Madeleine y Mari Luz.
La aparición del cuerpo de esta última ha abierto la polémica sobre el funcionamiento de nuestro sistema judicial. Yo, por mi parte, no quiero echar más leña a un fuego vociferante y un tanto estéril, únicamente plantear formas de actuación que con suerte nos hagan evitar algunos de estos episodios fatales.
En el ámbito policial creo que se hace necesario superar la obligatoriedad de que pasen 24 horas para atender a la denuncia de la desaparición de un menor: justamente esas primeras horas son cruciales para evitar lo peor. Protocolos como la alerta Amber en Estados Unidos hacen que policía, hospitales, servicios sociales… inicien la búsqueda al mínimo indicio que un niño puede estar en peligro. Para ello también es necesario que exista un Registro Especial de personas condenadas por este tipo de delitos, que curiosamente ya existe para maridos maltratadores. La conjunción de todo lo anterior puede que hubiera permitido que el mismo día que desapareció Mari Luz, en la puerta de Santiago del Valle no hubiera tocado el padre de la niña sino la propia policía.
En sede judicial, y sin entrar en los males endémicos –espero que no crónicos- de la lentitud y la excesiva burocratización, es básico que se implante una red de información única sobre procesos penales: ojo, en España y no en cada comunidad autónoma por su cuenta. Solo ahí se puede evitar el bochorno de que Santiago del Valle estuviera en “paradero desconocido” para un juzgado de Sevilla y presentándose cada quince días en un juzgado de Cuenca.
Seguramente, después de que se pasaran los vándalos y se quedaran los visigodos, todavía nos queda bastante de bárbaros. De ahí que sea una posibilidad probable que la misma Santa Bárbara sea española: eso ayudaría a explicar que siempre nos acordemos de ella cuando truena, rogando, rogando, pero sin el mazo dando. A ver si después de esta feroz tormenta en la bahía de Huelva, la calma no nos hace olvidar que es necesario pensar y aplicar medidas serias, serenas y urgentes.
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28 de Marzo del 2008 a las 15:03 Escrito por
Jaime Aguilera
Conforme se van descubriendo los secretos y los sonidos de las palabras, la melodía que las acompaña va urdiendo, poco a poco, la tela de araña de la devoción por la poesía que todas ellas llevan dentro.
En mi caso, la lluvia de los años y el torrente de unas cuantas lecturas ha dejado los sedimentos de algunas palabras ya antiguas que, sin embargo, mi memoria caprichosa mantiene latente en sus archivos, sobre todo en lo que se refiere al momento en que se me presentaron.
No recuerdo la edad. Una tarde de la añorada infancia me esforzaba en mi casa por hilvanar una redacción que me habían mandado hacer en el colegio. Le enseñé a mi madre el primer borrador y me sugirió intercalar en el párrafo final “y no pondero si les digo”. El verbo ponderar, conjugado en los labios de mi madre, se apareció ante mí como algo “poderoso”.
Poco tiempo después tuve el privilegio de descubrir la belleza modernista de las esdrújulas. No estoy seguro, pero creo que era en un relato infantil de Jack London. La acción se situaba en un lago del altiplano boliviano: de pronto, de entre los juncos, salió volando un “ánade”. Todavía hoy, a pesar de haber rebajado la suntuosidad de esta palabra con su uso recurrente en los crucigramas, me sigo emocionando con su belleza.
La siguiente también fue esdrújula y, cómo no, fue en uno de los imprescindibles relatos de Sherlock Holmes. En uno de ellos, no me acuerdo en cual, el Dr. Watson refería que los efectos sobre la víctima –otra esdrújula- de no sé qué sustancia habían sido muy “drásticos”. Dios mío, era la primera vez que me enfrentaba con este tipo de efectos, pero desde luego no podían sonar más preocupantes.
Conocemos muchas palabras, tantas que no conocemos cómo las conocimos, cómo fue el primer encuentro. A mí, intuitivamente, la memoria me ha llevado, como el bolero, con tres palabras, al paraíso perdido de una infancia donde se descubrían verbos poderosos, paisajes con gansos y un detective que fumaba en pipa y tocaba el violín.
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11 de Marzo del 2008 a las 14:12 Escrito por
Jaime Aguilera
Los tres hermanos entraban en el bar. El pelo suciamente engominado, las chaquetas antiguas de pana y los zapatos con barro. Abrían la puerta del Juanmaría y se dirigían a la barra con los brazos cruzados por la espalda, uno de ellos cojeando y los otros dos con zancadas desproporcionadas, como si todavía estuvieran pisando tierra mojada.
Tres novias para tres hermanos. Tres santas ingenuas para tres santos inocentes. Tres mujeres que tuvieran la temeridad y la osadía de convertirse en las tres acompañantes de los tres hermanos Dalton en versión trabuqueña.
Un día, junto al padre viudo, dicen que fueron a comprar un tractor a la casa John Deere de Antequera. Miraron varios modelos, escogieron uno, preguntaron al comercial que los atendía el precio y cinco segundos después le pusieron encima de su mesa los millones de las antiguas pesetas dentro de una talega de tela casi roída. Me imagino la cara estupefacta del comercial contando uno a uno los billetes hasta completar el precio total, sin tarjetas de crédito, sin cheques, sin plazos, sin financiación…
En la casa antigua de Archidona, una cortiscales, como yo, seca semillas de melones en papel de periódico. Tiene cuatro hijos, es una familia humilde y honrada que intenta salir adelante como puede.
Pasa el tiempo, muere el padre de los primeros, Juan Parrato y el hermano menor se va del cortijo porque consigue su novia. Se dedica a gastar su parte de la herencia y necesita más dinero.
Por otro lado, el hermano menor de los cortiscales no trabaja mucho y necesita dinero para comprarse un caballo.
El parrato le ofrece al cortiscales el dinero que necesita a cambio de que acribille a perdigonazos a sus dos hermanos parratos, y así quedarse con su herencia.
No ha ocurrido ni en Puerto Hurraco ni en el Cortijo de Los Galindos. Ha sido en un pueblo con nombre de arma de fuego que coincide que es el mío, y que cargará con una leyenda negra injusta porque es eso, puramente leyenda alejada de una realidad moderna y normalizada.
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10 de Marzo del 2008 a las 11:43 Escrito por
Jaime Aguilera
Ocho y media de la mañana. Los días ya son más largos, entra una luz de neblina por mi ventana y veo pasar dos barcas de pescadores. Mi hijo se mete en mi cama y me dice sonriente que hoy no hay cole: es el día de Andalucía. Me acuerdo de mi compañero de habitación en el colegio mayor, Jon Ander Asurabarrena de nombre y nacionalista radical vasco por devoción. Siempre me echaba en cara en este día que Almería votó que no y luego tuvimos que hacer el apaño. Yo le daba la razón y le recordaba que su segundo apellido era González; a continuación compraba la botella de Málaga Virgen y después de cenar me iba a la fiesta que solían organizar los jerezanos. Sin embargo, me doy cuenta de que, en una extraña paradoja, cuanto más queremos insuflar en vena y por decreto una identidad andaluza, oficial y artificiosa algunas veces, más se pierde el santo y seña de la Andalucía de la que tan orgulloso me siento. No hay, por mucho que se empeñe Canal Sur, una Andalucía única, festiva y con acento del bajo Guadalquivir –donde fue a pescar Pinocho, papá-. Cuanto más destruyamos esta diversidad centenaria y enriquecedora más nos instalaremos en una uniformidad anodina y que será cualquier cosa, pero no Andalucía. En estos últimos años la Andalucía universal con la que nos llenamos la boca es menos universal que nunca, porque ha empezado a cerrar sus puertas y a mirarse a un ombligo que se ha puesto tan blanquiverde que a veces parece oxidado. En esta nueva Andalucía es más importante saber quién fue el padre de la patria –andaluza, no hay que decirlo- que quién fue el padre de la filosofía griega –a quién le importa ese rollo tan antiguo. En esta Andalucía centenaria, hija primogénita de una España cainista, todavía hoy muchos se niegan a cantar su himno, o peor aún, se avergüenzan porque lo consideran antiguo, folklórico y sectariamente de izquierdas. A mí la única vergüenza que me da es que mi hijo, con tres años, me rectifica cuando comenzamos a tararear el himno (papá, no empieza por “aaandaaluuces…” sino “laaa baandera…”). Hijo, le respondo, por lo menos tenemos letra. No me entiende. Nos vamos a hacer un puzzle de animales y a desayunar.
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21 de Febrero del 2008 a las 10:28 Escrito por
Jaime Aguilera
La semana pasada comencé a ver una película espeluznante que retrataba como conseguían secuestrar a mujeres en distintos puntos del mundo para hacer de ellas “esclavas sexuales”: a una niña occidental, de turismo junto a su madre por un país del sudeste asiático; a una adolescente ucraniana, engañada en su deseo de ser modelo; a una madre joven en Praga… No pude terminar de verla.
Acabo de leer en un periódico el caso de la joven brasileña que ha permanecido secuestrada desde los diez hasta los diecinueve años que tiene ahora, que ha sufrido violaciones y vejaciones de todo tipo por el animal que la tenía encerrada en el sótano del bar que regentaba, que se ha quedado embarazada dos veces (el primer bebé, que tuvo a los trece años, lo ahogó su raptor y el segundo no se sabe dónde está), y que incluso se especula con la posibilidad de que su secuestrador haya sido el asesino de su madre.
Me viene a una mente deformada por la cinefilia la cara del joven Terence Stamp, muy diferente al que después sería protagonista de “Beltenebros”, encerrando a Samantha Eggar en el sótano de “El coleccionista”.
Sin embargo, casi con toda seguridad la exasperante ficción de estas dos películas será una versión suavizada de la cruda realidad de la joven brasileña.
Si el hecho de sentarme delante de una pantalla me produce un sentimiento de impotencia y de rabia contenida, lo peor viene después cuando uno imagina y hace la natural traslación de lo imaginario a lo real.
Lo peor viene cuando intento meterme dentro de su pellejo lleno de heridas y moratones: entonces ya no hablamos de rabia, hablamos de un miedo atroz, atávico y profundo.
Lo peor viene cuando me meto en el pellejo de mi mujer, mi hija, mi madre o mi hermana: entonces ya no hablamos de rabia o de miedo atroz, porque en ese momento te quedas sin palabras.
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21 de Febrero del 2008 a las 10:20 Escrito por
Jaime Aguilera
Dos no se pelean si uno no quiere. Intento ser ese uno, o, mejor dicho, no lo intento, porque creo que huyo de la violencia verbal y física por cuestión de carácter, porque soy así, vamos. Pero últimamente, en lo que concierne al tráfico rodado, donde el primero que voy un poco estresado soy yo mismo, hay momentos en los que me uno al otro y ya somos los dos que se necesitan para que se inicie la guerra.
Me suele ocurrir más con las motocicletas. En ciudades mediterráneas, cálidas y atascadas como Málaga, los pequeños insectos de dos ruedas ya son una pandemia crónica. Y no pasaría nada si la cosa se quedara ahí, lo peor viene cuando este ejército escurridizo en convierte en un rebaño de piratas con patente de corso para quitar los silenciadores de los escapes, para saltarse los semáforos y los ceda el paso, y para adelantarte por tu derecha.
Y lo peor de todo es que el saqueo a las normas de educación vial es sólo el anticipo de la ausencia de normas de educación cívica. Yo soy el primero que también se salta las normas y juega a ser pirata en un momento dado, la diferencia estriba en que si mi actuación se me va de las manos y provoca un riesgo en otra persona lo mínimo que puedo hacer es disculparme y gestar un raquítico propósito de enmienda. Pero me doy cuenta de que hay muchos conductores que no son así –insisto, son clara mayoría en los jóvenes motociclistas-: cuando me dirijo a ellos para recriminarles no ya que no hayan cedido su silla de autobús a una persona mayor, sino que acaban de poner en claro riesgo su propia vida, la de mi familia y la mía propia. Pues eso, cuando les digo que, por favor, no lo hagan más veces no se crean que agachan la cabeza resignadamente; todo lo contrario, te increpan, te insultan y te comen por sopas.
Es en ese momento cuando me acuerdo del periodista Aminibia: porque entra por primera vez entre mis opciones coger una pistola y exhibirla amenazadoramente. Y la verdad es que me doy miedo de mí mismo.
Hoy en día, la temperatura del asfalto es un buen termómetro del respeto a los demás a través de unas normas que no se han puesto gratuitamente, sino para que haya menos accidentes. No hay duda, todos, en especial nuestros jóvenes conductores, estamos contribuyendo para que el asfalto cada vez tenga más fiebre y sea más jungla.
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7 de Febrero del 2008 a las 10:34 Escrito por
Jaime Aguilera
La semana pasada fueron encontrados dos recién nacidos en sendos contenedores de Almería y Santa Fe: el primero milagrosamente todavía con vida; el segundo, muerto y con señales de llanto en su cara.
Me van a permitir que rescate mi latente vocación de “abogado de menores” y vuelva a criticar una sentencia de 1999 de la Sala Primera de lo Civil del Tribunal Supremo.
En la noticia publicada por este mismo semanario se habla de que “los últimos casos de abandono de recién nacidos evidencian la falta de información de algunos colectivos”: es cierto, sobre todo los colectivos de inmigrantes.
Pero también habla de “se puede dejar al recién nacido en el hospital sin represalias” y “con total discreción”: esto fue cierto, y yo mismo lo he puesto en práctica recogiendo la voluntad de varias madres, pero fue cierto mientras existía la opción personal de aparecer como “madre desconocida” en la partida de nacimiento.
Sin embargo, el Tribunal Supremo derogó esta posibilidad “por inconstitucionalidad sobrevenida”, ya que es contraria a los principios de igualdad, libre investigación de la paternidad y dignidad de hijos y madres.
No voy a ser yo quien niegue el derecho del menor a conocer el nombre y apellidos de la “madre que lo parió”. Pero está claro, o debería estarlo, que si defender este derecho por encima de otros, como viene pasando desde hace años y ha vuelto ha pasar la semana pasada en Almería y Santa Fe, lleva consigo un riesgo inminente o la pérdida definitiva de la vida de la criatura de poco sirven las inconstitucionalidades sobrevenidas.
La madre debe recuperar su capacidad para decidir ser “desconocida”, mas que nada, para que su hijo se salve de un muerte: “conocida” en estos dos casos, “desconocida” en no se sabe cuántos.
Las huellas lacrimógenas en el cadáver del bebé de Santa Fe, lágrimas negras de porcelana, deberían hacer reflexionar a nuestros egregios magistrados. Si no es así, la Benemérita no debería buscar madres sino togas. Pero bueno, aunque sea difícil, no perdamos la “Santa Fe”.
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