UN LEHENDAKARI NEGRO

13 de Noviembre del 2008 a las 12:07 Escrito por Jaime Aguilera

Les voy a pedir un pequeño ejercicio de imaginación. Tienen que escoger, dependiendo, como los toreros, del lado hacia el que carguen la taleguilla, un triunfador y un perdedor en una noche electoral, en Madrid, y a la española. Uno de ellos estará en el balcón de la calle Génova y otro en el de la calle Ferraz. Los dos tendrán al lado, para hacer más gráfica la escena, perros de presa tipo Pepiño Blanco o Acebes.
Imaginemos ahora las palabras del primer discurso del ganador y del perdedor.
El ganador lo primero que hace es dar las gracias a los que han depositado su confianza en él y un profundo respeto para los que no lo han hecho; al mismo tiempo les pide paciencia, comprensión y esfuerzo: porque empieza un duro camino por delante. Deja para el final elegantes palabras de agradecimiento para su contrincante, al que considera una persona que está luchando mucho por su país.
El perdedor, por su parte, se reconoce en primer lugar como máximo responsable de la derrota. A partir de ese momento, y después de felicitar al ganador, se pone a disposición de este último y, lo más importante, les recuerda a sus votantes quién va a ser a partir de ahora su presidente, digno por tanto, aunque no le hayan votado, de la máxima lealtad y consideración.
Les he pedido que imaginen porque yo nunca he visto estos discursos, ni en Ferrar ni en Génova; sin embargo, si pude escucharlos en la victoria de Obama y en la derrota de McCain. Porque, por encima de partidos que montan una maquinaria electoral transitoria, hay líderes que defienden ideas; y por encima de ellas se da por hecho que se quiere lo mejor para la nación, no para el partido. Incluso acabo de leer que Obama, porque piensa que el Secretario de Defensa del mismo Bush no lo está haciendo mal, le va a pedir que siga con él. Y es que nuestro país parece muchas veces prisionero de la dictadura de partitocracias que están por encima de todo.
Los americanos ya tienen un presidente negro. Para nosotros, de momento, presidentes negros sólo existen en forma de lehendakari y en película –“Airbag”-. O sea, que son como estos discursos de noche electoral americana, pura ficción.

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OTOÑO

6 de Noviembre del 2008 a las 14:54 Escrito por Jaime Aguilera

Cuentan que a un tahúr le preguntaron que es lo que más le gustaba: disfruto muchísimo jugando al póker, y ya no diga nada si además gano. Algo parecido, salvando las distancias, me ocurre a mí con el otoño: cada vez tengo más claro que mi estación preferida es la que va después del verano, y no digamos nada si además resulta que ese otoño, justamente como el que ahora estamos disfrutando, es lluvioso. Siempre se dice, cCuentan que a un tahúr le preguntaron que es lo que más le gustaba: disfruto muchísimo jugando al póker, y ya no diga nada si además gano. Algo parecido, salvando las distancias, me ocurre a mí con el otoño: cada vez tengo más claro que mi estación preferida es la que va después del verano, y no digamos nada si además resulta que ese otoño, justamente como el que ahora estamos disfrutando, es lluvioso.
 Siempre se dice, como un tópico que pretende ser verosímil a base de tanto repetirse, que la estación más colorida, la más cromática, es la primavera. Sin embargo, al menos para mí, la paleta de colores de la primera es más viva, pero más plana; por el contrario, el abanico crepuscular de rojos, amarillos, marrones y verdes puede que en conjunto sea más apagado que la exultante primavera, pero da la sensación de que es más auténtico. Dicho de otro modo, mientras el escenario de un mayo florido y hermoso es tan espectacular que parece mentira, como si fuera un anuncio; su cara opuesta, la puesta es escena de la otoñada de un noviembre es más humilde, más triste, pero más genuinamente atrayente.
 Al vivir en una ciudad mediterránea, con otoños primaverales, necesito viajar a latitudes muy cercanas que me ofrecen un otoño con querencias más invernales. En cualquier caso, intento beber con fruición de los dos: uno se me desnuda con un mar inmenso y gris, el otro con besanas verdes y cornicabras anaranjadas.
Al fin y al cabo, la estación de los enamorados nunca subyugará mi ánimo con tanta intensidad como la estación de los melancólicos, quizá sea porque soy más partidario de Machado que de Ruben Darío, más de la lluvia tras los cristales que de los cisnes y los nénufares.

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