UNA GRAN PAPA

30 de Noviembre del 2010 a las 20:13 Escrito por Jaime Aguilera

Cuenta un chiste antiguo que el Vaticano es de las peores tierras que se conocen…, porque en más de dos mil años de historia sólo se han podido sacar de ella poco más de 250 “papas”.

Y como se empeñen en seguir sin comprender a la lluvia que riega su huerto, que no es otra que la “fidelidad” de muchos de sus “fieles” católicos, mucho me temo que el Vaticano más tarde o más temprano se convertirá en un páramo yermo que deje de dar “papas”.

Voy a dejar de lado las declaraciones del último tubérculo que ha brotado del Vaticano sobre el preservativo: darían por sí solas para otro suelto.

Me voy a centrar, en aras de extenderme lo mínimo, sobre una frase en particular: “Ya lo dijo Juan Pablo II, la Iglesia no tiene de ninguna forma la posibilidad de ordenar a las mujeres. No se trata de que no queremos, no podemos. El Señor dio esta forma a la Iglesia”

O sea, que si fuera por Su Santidad Benedicto XVI ya habría mujeres sacerdotes; pero no es eso, es que no puede porque el Señor se rodeó de doce apóstoles, y es claro y obvio que todos, salvo error u omisión y al margen de sus inclinaciones sexuales, eran hombres.

O sea, que el argumento es casi más historiográfico que teológico. Se centra para ello, como llevan miles de años haciendo, en los cuatro Evangelios “oficiales”. Se olvida, como llevan miles de años haciendo, en otros muchos evangelios –con minúscula- apócrifos que realzan, mucho más que esos doce apóstoles, la figura femenina de María Magdalena; clave, por cierto, para las leyendas merovingias que tan bien están dando de comer al Dan Brown del Código da Vinci.

O sea, que argumentos teólogicos no hay muchos –de hecho anglicanos y protestantes, con el mismo Jesús de Nazaret como Dios, ya hace tiempo que han dado el paso-, y los argumentos historiográficos son burdamente rebatibles.

O sea, que lo dicho, que como sigan empeñándose en que con el tiempo no brote “una gran papa”, veremos el Vaticano convertido en barbecho sin “papas”. Veremos antes el final de los/las “papas” antes que a un, como anunciaba la película Airbag, Lendakari negro, por poner otro burdo –y no machista sino racista- ejemplo.

 

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PERO BUSH NO QUERÍA…

19 de Noviembre del 2010 a las 14:32 Escrito por Jaime Aguilera

Ahora resulta que “él no quería, oiga”. Ahora resulta que el expresidente Bush no quería invadir Iraq –lo escribo así como despedida de la cu final, que ahora me cae más simpática desde que la Real Academia ha firmado su sentencia de muerte.

Por lo menos, en su libro de memorias, que acaba de publicar, se vuelve a reafirmar en que autorizó torturas, y que lo volvería a hacer porque con ello se han salvado muchas vidas. Y digo yo, si está “confesando” ser el inductor, consentidor o autor intelectual de un delito, porque no se abre una causa en el Tribunal Penal Internacional: ¡Ah!, se me olvidaba que su país no reconoce a este Tribunal, que ni siquiera Garzón podría meterle mano a este capitán general con patente de corso.

Pero bueno, por lo menos, ha tenido la honradez de reconocerlo. Pero lo de la guerra de Iraq, que va, él no quería, es que resulta que lo obligaron.

109.032 muertes, de ellas 66.081 civiles, 23.984 enemigos o –según el Pentágono- “insurgentes”, 15.196 militares iraquíes y 3.771 de los países de la coalición invasora. Más de un 60 por ciento son víctimas civiles, lo que equivale a unos 31 civiles muertos cada día durante seis años. Y esto no ha terminado todavía, esto suma y sigue.

Pues eso, que ahora resulta que todas las muertes han sido en contra del señor presidente… Les invito que para no se les escape un grito de estupor y de desahogo, comiencen a contar, en silencio…, 1,2,3,4,5…, tranquilamente…, 6,7,8…, nunca pensando en el número sino en la cara y la vida que hay detrás de cada número…9,10,11…

Y así, hasta que se harten, porque será muy difícil que lleguen a 109.032. Y encima puede que la cifra ya sea mayor en el tiempo que llevo escribiendo. Pero eso sí, que sepan Vds., que Bush, pobrecito, no quería: lo obligaron.

…12, 13, 14, 15…

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VARGAS LLOSA Y UN SERVIDOR

10 de Noviembre del 2010 a las 13:41 Escrito por Jaime Aguilera

Como suele ocurrir con lo que termina bien, todo empezó mal. Después de leer Los cachorros le metí mano a La Ciudad y los perros, pero no hubo forma y terminé dejando algo que no entendía, que no me divertía, o las dos cosas al mismo tiempo. Años después, seguramente era yo el que había cambiado porque la novela seguía siendo la misma, me encantó.

Y así comenzó un idilio de horas de fruición y placer, especialmente con La tía Julia y el escribidor (algún día de estos la volveré a leer), con Conversación en La Catedral y con la última que leí en la playa: La fiesta del Chivo. También disfruté con Pantaleón y sus visitadoras, con La casa verde, con La guerra del fin del mundo, con Elogio de la Madrastra y con Los cuadernos de don Rigoberto. Incluso llegué a deleitarme con esa lectura más sesuda contenida en el ensayo sobre Flaubert y Madame Bovary, que no en vano se titula La orgía perpetua.

Pero fue leyendo la historia de la tía Julia, y viendome ingenuamente reflejado en el escribidor, donde decidí que mi vocación literaria tenía que agradecer eternamente la existencia de este libro en particular, y de los demás, en general; tanto que ya no hace falta decir a quien se debía la tres letras “var” del pseudónimo de mi primera novela: Gavarbetti.

Después de todo lo anterior también es fácil imaginar, aunque un poco más difícil calibrar su dimensión, el nerviosismo y la emoción que me embargó cuando, de pronto, me tropecé en el aeropuerto de Barajas con un Muñoz Molina al que tenía la intención de entrevistar, con un Vargas Llosa al que adoraba y con el periodista y crítico Juan Cruz como testigo. Le eché lo que había que echarle y les abordé preguntándole a Muñoz Molina si tendría la amabilidad de recibirme:

- Mario, tienes un bolígrafo para que le apunte a este joven mi correo electrónico.

Por desgracia, se me ha perdido el papelito escrito con la pluma del que en su día sería premio Nobel, y que un fetichista hubiera guardado como oro en paño.

Por fortuna volví a coincidir por segunda vez con él en los burladeros de la plaza de toros de La Malagueta.

Por fortuna también podré –podremos- seguir dejándome –dejándonos- llevar por la belleza de sus palabras, por la sutileza de sus historias.

Enhorabuena, maestro.

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