TORO CLON

26 de Mayo del 2010 a las 9:50 Escrito por Jaime Aguilera

Desde que en 1997 científicos escoceses clonaron a la oveja Dolly, la técnica ha evolucionado enormemente, después han venido caballos de carreras, toros de rodeo, dromedarios, gatos y perros clonados.

Ahora acaba de nacer el primer toro de lidia clonado. Le han puesto “Got” porque su padre se llama “Vasito”, y es así como se dice “vaso” en valenciano; aunque a mí me recuerda más a como se dice “Dios” en inglés; porque, en definitiva, es a eso a los que estamos jugando: a ser dioses que hacen prescindible el ADN de la madre e insertan el material genético del padre, de Vasito, en una vientre bovino de prestado.

En este caso la madre de alquiler ha sido una vaca lechera de Palencia, que desde luego, como dice la canción, ahora sí que podemos decir que no es una vaca cualquiera. El problema es que se pierde la tradición de poner al toro de lidia el nombre de la madre. Así, Vasito era hijo de “Vasita” y de un semental, pero Got es sólo hijo de Vasito, y todavía no se sabe muy bien qué se pondrá en la casilla de “madre” en correspondiente libro oficial de las reses bravas que hay en el Ministerio del Interior.

Todo sea porque no se pierda la fiesta. Y es que el peligro de extinción del arte de Cúchares no está en los llamados antitaurinos: todo lo contrario, son estos últimos los que avivan las ascuas de un debate que revitaliza una fiesta que hasta ese momento languidecía entre cuatro aficionados incondicionales. Los verdaderos asesinos de la fiesta, o más bien de la esencia de la fiesta en cuanto a su pureza y a su belleza, no son otros que los matadores que imponen astados cada vez menos fieros, menos bravos; y es también un público que lo consiente todo porque, la mayoría de las veces, está más fijándose más en el “trapo” de la Duquesa de Alba que el “trapío” del quinto de la tarde.

Ojalá Got mantenga el pabellón tan alto que dejó su padre-madre –al menos eso es lo que se espera de un pabellón clonado-; porque de no ser así, y como los propios aficionados no pongamos remedio, el próximo toro clonado será “ese toro enamorado de la Luna”, porque estará destinado tan sólo a los cuatro “lunáticos” que siguen pendientes de la fuerza con la que va a entrar al caballo en el tercio de varas.

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THE LONG ROOM

19 de Mayo del 2010 a las 9:55 Escrito por Jaime Aguilera

Hace algún tiempo me regalaron el libro “Mil lugares que visitar en el mundo antes que morir”. Naturalmente, para visitar el millar de sitios hay que tener una buena cartera…, tan abultada que permita alojarse en los hoteles más caros y comer en los restaurantes más exclusivos, amén de tener un odioso espíritu japonés a la hora de ir tachando una lista subjetiva confeccionada por un norteamericano rico y trotamundos.

En el caso de Dublín aparece reseñado el llamado libro de Kells. No digo yo que no sea una maravilla visitar el Trinity College, no digo yo que no merezca la pena ver la decoración amanuense de este manuscrito medieval…

Pero si me tengo que quedar con algo del Trinity yo me quedo con su antigua biblioteca. La única pega es que se ve que muchos piensan como yo, y no se puede casi ni andar por culpa de los turistas que merodean –que merodeamos- por esta sala.

Un cuarto de millón de libros de más quinientos años me contemplan. Un olor a papel viejo y a madera bruñida me abraza con hospitalidad silenciosa. Ejemplares y pergaminos que han sido vistos, tocados y olidos por reyes y rebeldes de la accidentada historia de Irlanda; que han sido saboreados por escritores y científicos, por estudiantes y por curiosos.

Tantas palabras impresas, y tanta sabiduría callada, hacen que se desprenda de mí un sentimiento ambivalente y agridulce: por un lado, la sensación de impotencia por no poder destilar tantas páginas que esperan pacientes los dedos de tu mano; por otro, la sensación de ignorancia supina de lo poco que uno ha leído, de lo ralo de nuestro aprendizaje vitalicio.

Me resisto a ser un turista más que atraviesa el pasillo central de la “Long Room”; me resisto a ser un turista más que se limita a ver el arpa más antigua de Irlanda, el que aparece en las monedas de euro. Y como no esta permitido coger libros, no se me ocurre otra cosa que sentarme en una esquina y sacar mi viejo ejemplar de “Dublineses”. Es ese rincón barnizado de madera antigua y códice, en ese rincón protegido por tan imponente bóveda bibliófila, donde comienzo a leer el melancólico cuento “Un triste caso”.

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“FISH AND CHIPS” EN DUBLÍN

12 de Mayo del 2010 a las 10:09 Escrito por Jaime Aguilera

Se está haciendo de noche en el barrio dublinés del Temple Bar. Las calles comienzan a llenarse de gente: gente con ganas de fiesta, o simplemente –como yo- con ganas de convertirse en el mirón curioso y anónimo de los más atractivos monumentos de las ciudades: las personas que la habitan.

Me decido por pedir un “fish and chips” al estilo tradicional y tomármelo en plena calle. Me acuerdo de mi tío Pepe, que siempre me dice que qué buenas están las patatas, y que si tuvieran el precio de los langostinos todavía sería más apreciado su sabor deliciosamente suave y almidonado.

Dos de los muchos músicos que tocan en plena calle han decidido hacer una alianza. Un pacto, más de alcohol que de sangre, que los hace gritar y bailar estrambóticamente al unísono.

Lo que acabo de darme cuenta es lo bien que saben andar las mujeres españolas cuando llevan tacón alto: o por lo menos, en comparación odiosa con las irlandesas, auténticas muñecas horteras pelirrojas de porcelana que a duras penas se mantienen en pie, y parece que de un momento a otro caerán sobre el asfalto convertidas en mil pedazos.

Las patatas fritas están buenísimas, pero el pescado no se queda atrás.

Unos cuantos alemanes se quedan mirando a varias irlandesas que van disfrazadas en lo que supongo que será una despedida de soltera. Un español pasa hablando por el móvil.

Comienza a llover y me obliga a refugiarme en una marquesina. Hace más frío, pero eso le da igual a un matrimonio ya mayor que, en manga corta los dos, me preguntan en inglés –convencidos de que soy del barrio- que dónde está el local con mejor música.

Los taxistas con el volante a la derecha van haciendo una cola en la noche ya cerrada. Una rumana recoge su acordeón y se marcha a casa.

Un vagabundo, cuando me ve comiendo en un escalón, me envía un saludo cómplice mientras una mujer con velo musulmán pasa apresurada.

Después de uno de los mejores “fish and chips” de mi vida, me tomo una chocolatina de postre. Y ante la mirada de un grupo de catalanes que me observan como otro monumento más de la calle, enciendo mi pipa, con pausa, con fruición.

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DUBLÍN

4 de Mayo del 2010 a las 19:23 Escrito por Jaime Aguilera

Tenía una deuda pendiente con Dublín; o más bien Dublín conmigo: después de leer los cuentos de Joyce –Dublineses-, y de ver repetidas veces la magistral película de Houston con el mismo título, era cuestión de tiempo que la deuda quedara saldada. Y para que haya constancia del pago de la deuda lo primero que he hecho es dirigirme a la estatua del abogado O`Connell: para que ejerza como mi notario al igual que ya lo hizo con los personajes de Gabriel y Gretta camino de su hotel, en una noche de Epifanía en un Dublín donde no paraba de nevar.

Desde el propio aeropuerto de Málaga la gente se dirige a mí como si fuera irlandés: mi cara y mi ropa así lo hacen sospechar. Pero es que además, si existe la reencarnación, no cabe duda de que en otra época viví en esta isla siempre verde: porque hay algo inexplicable que me une a ella con devoción; a la música y poesía de su lira; al trébol de tres hojas de San Patricio.

Dublín me recuerda a Londres y a Boston, con sus casas georgianas de ladrillo visto y de puertas de vivos colores. Me recuerda a Tallin, con la lucha por su independencia presente en calles y monumentos. El barrio de moda dublinés del Temple Bar me recuerda a la Little Italy de Nueva York, o al Barrio Latino de París.

Y, sobre todo, la forma de ser de su gente me recuerda a España, o por lo menos, a la España verde de algunos sitios de Galicia o Asturias. Una moral católica cínicamente barnizada con música y alcohol. Una vida convertida en juego y apuesta como metáfora de una diversión de a vivir que son dos días, y, para mayor complicación, una pizca de sal de nostalgia. Todo ello hace que Dublín sea más parecida a una ciudad española que cualquiera de Portugal o Italia, por buscar referencias supuestamente cercanas.

Sea como sea, en el mero de hacer comparaciones odiosas con tu tierra estriba uno de los argumentos más válidos para un viajero, incluso para un turista. Porque si estás lejos, esa lejanía te permite reencontrarte con su propio paisaje y, lo que a veces es más difícil, con tu propio paisanaje. Es más, te permite reencontrarte, sólo en ciertas ocasiones, con tu propio paisaje interior.

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