DÍAS DE LLUVIA

31 de Marzo del 2013 a las 13:30 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en 7 Días Andalucía, diciembre de 2009. 

 

Cae la lluvia sobre el mar; cae la lluvia, lánguida y dócilmente, sobre los montes, sobre los barbechos, sobre los tejados, sobre los caminos…

Siempre me ha dicho mi padrino que no hay mayor placer que fumar debajo de un tejadillo mientras chapotea el agua en los charcos. Se ve que lo he heredado, porque cuando veo llover siento unas ganas irreprimibles de encender la pipa y, como diría Wilde, la única forma de vencer la tentación es caer en ella.

Cae la lluvia sobre los coches, sobre estatuas inmóviles, sobre las antenas, sobre las piedras de la sierra…

La Naturaleza ha tenido un detalle con Andalucía y, tras el fracaso de la cumbre de Copenhague, ha querido regalar a esta sedienta tierra con unos cuantos litros por metro cuadrado.

Cae la lluvia en forma de oro transparente, en forma de poesía; porque, en mi humilde opinión, una de las palabras más hermosas –junto a “vida” o a “agua”- es justamente la palabra “lluvia”: repítanla varias veces y comprobarán su sonoridad serena.

La lluvia aminora la prisa de nuestras vidas, sus paseos, sus miradas, sus besos, sus caricias, sus ausencias…

Me acuerdo de los urbanitas que cuando ven un campo de cebada recién nacida dicen que bonito está el césped, y cuando llueve sobre la ciudad dicen “qué fastidio”. Olvidan que después son ellos los que comen el pan de césped y se duchan con el agua que tanto les ha fastidiado.

Cae la lluvia sobre la memoria, sobre los cementerios, sobre los vivos y sobre los muertos. Mientras sigo mirando por la ventana, mientras me adormezco con la machadiana monotonía de lluvia tras los cristales, sigo saludando –juntando las tres palabras que me gustan- a la muchas veces añorada lluvia: el agua de la vida.

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NIEVE

3 de Marzo del 2013 a las 10:53 Escrito por Jaime Aguilera

Después de la última nevada he vuelto a releer, y quiero compartirlo con vosotros, este artículo publicado en marzo de 2005 en el semanario Andalucía Centro.

NIEVE 

En la mañana inundada de un fogonozo atronador de blancura, el citröen dos caballos sube el puerto de Zafarraya. En la parte de atrás, mezclados con las orzas y ollas de la matanza, dos chiquillos juegan a la aventura de la nieve. Mientras tanto, su padrino, con un renault cinco rojo y flamante tira con un cable porque se han quedado atascados.

En la tarde gozosa de la niñez tardía, con un plástico que le han quitado a un colchón Flex guardado en la cochera, las carcajadas limpias y sonoras se resbalan por el talud de El Pilón, sobre la tierra yerma cubierta repentinamente con un manto de armiño; sobre la misma tierra sobre la que ahora ya sólo hay casas y más casas, acrecentando la lejanía de un invierno que ya no volverá nunca más.

En una noche que tiene una antigüedad curtida por el fragor luminoso del fuego, la madre hace punto inglés mientras y el hijo juega a ser un caballero, también inglés, que lee en bata junto a la chimenea. Los dos, con sus miradas furtivas a la farola solitaria en el campo, pueden ver la caída de los copos de nieve que llenan de paz inmaculada la negra oscuridad.

En una madrugada lejana en millas y cercana en el alma, dos jóvenes se despiden de sus amigos, salen del pub y comienzan a pasear de regreso a su buhardilla de madera. El parte meteorológico no se ha equivocado, la Mass. Avenue y la calle Iman son un remanso de silencio limpio y blanco, casi fantasmagórico. La nieve cruje bajo sus pies y sus miradas reflejan el brillo sosegado de su estupor.

La nieve es la película de nuestra vida, es el trineo de la infancia de Ciudadano Kane, la nieve es la soledad dura y serena de un Jeremías Johnson prematuramente maduro, la nieve es la que cae en la noche de Dublín, lánguidamente, sobre todos los vivos y sobre todos los muertos.

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