PANTEÍSMO Y CINE

5 de Mayo del 2013 a las 9:45 Escrito por Jaime Aguilera

La doctrina conocida como panteísmo ateo -o panteísmo naturalista- no invoca ninguna realidad trascendente, pero si en cambio una única verdadera: la Naturaleza. Sin embargo, en esa supuesta inmanencia que niega la existencia de la divinidad sí existe una elevación del espíritu humano: elevación hacia lo trascendente –sea divino o no- que se produce en la soledad de las montañas, en el silencio del amanecer, en la contemplación de las noches estrelladas.

El otro día volví a ver El río de la vida, la película en la que Robert Redford dirige a un joven Brad Pitt que se había dado a conocer con Thelma y Louise. Y me volví a emocionar con sus paisajes, con su música, con las palabras poéticas del hermano que hace de narrador voz en off. Me volvió a subyugar la fuerza de luz –no en vano se llevó ese año el Oscar a la mejor fotografía- y la grandiosidad de los valles de Montana.

Fue entonces cuando descubrí que, desde hace ya muchos años, había tres películas de cabecera que quería ver una y otra vez: quizá porque, sin yo saberlo, los había convertido en una suerte de tres libros sagrados de la Biblia del panteísmo cinematográfico: El río de la vida, El cazador y Las aventuras de Jeremiah Johnson.

Dersu Uzala, “el cazador” que inmortalizó Kurosawa nada más y nada menos que en 70 mm., no quería dominar la Naturaleza como los topógrafos del ejército ruso que exploraba el río Ussuri: la taiga siberiana era su aliada, y había que vivir sirviéndose de ella cazando sus piezas, pero respetándola de igual a igual.

El soldado Jeremiah Johnson -otra vez Rober Redford, ahora como actor- se cansa de vivir en la ciudad y se dirige a las Rocosas. Comienza así la vida solitaria de un furtivo que vive –como Dersu Uzala- de lo que caza: una vida en la que tiene que aprender a valerse por sí mismo, a vivir de la Madre Naturaleza.

Para un panteísta cinematográfico cualquier sitio es bueno para aposentar su vista: sea Montana, las Rocosas o la taiga siberiana. Incluso la bahía de Málaga, sobre la que ya amanece: el sol hace un rato que ha despertado a la Sierra de Mijas, las palmeras siguen dormidas, el mar no está calmo del todo.

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