MUÑOZ MOLINA: UN PREMIO SÓLIDO

9 de Junio del 2013 a las 8:33 Escrito por Jaime Aguilera

Publicado en Diario Sur 7-06-13 un-premio-solido.pdf

 Desde que me sumergí en calles de un “invierno en Lisboa”, en noches que olían a perfume jazz y de mujer fatal, ya no he podido dejar de leer a Muñoz Molina: de forma tan leal y casi compulsiva que me dediqué durante años a confeccionar una tesis doctoral sobre su obra.

De ahí que me permita subrayar lo que ha sido una constante en su poética desde que comenzó a publicar artículos en el Ideal de Granada: una huella continua en su literatura que a mí me gusta llamar su “civismo laico”, presente tanto en su faceta de ensayista como en su ficción de novelista y cuentista.

Y si hay un ejemplo claro de lo anterior ese no es otro que su último libro publicado y que gira alrededor de la cacareada crisis. En Todo lo que era sólido (Seix Barral, 2013), Muñoz Molina, desde este prisma que nunca ha abandonado de compromiso responsable con la sociedad de su tiempo, no deja títere con cabeza en esta España camisa nueva de mi esperanza. Porque es muy fácil echar la culpa de todos nuestros males a políticos y banqueros, pero no solo han sido ellos sino la inmensa mayoría de un país la que ha vivido por encima de sus posibilidades. Es más: no se habría llegado “tan lejos sin la indiferencia, la claudicación o incluso la adhesión de sectores amplios de la ciudadanía, y menos aún sin la mezcla de negligencia profesional, militancia sectaria y disposición cortesana de una parte de los medios informativos”.

Y quizás todo comenzó con la euforia de la Expo del 92: metáfora cuasi perfecta de lo que magistralmente Muñoz Molina define como “la predilección por el acontecimiento excepcional y no por el trabajo sostenido durante mucho tiempo; el triunfo del espectáculo sobre la realidad”.

Después de unos cuantos años de democracia seguimos sin respetar al que no piensa como nosotros. Seguimos ahondando más en lo poco que nos diferencia a las “naciones” españolas que en lo mucho que nos une. Más aún, seguimos detrás de banderas ideológicas rígidas y forzadas. Como bien dice el autor de Úbeda, en España te quedas solo “por haber llevado la contraria a algún mandamiento en la ortodoxia del propio bando sin la menor intención de pasarte al bando contrario”; por ser, por ejemplo, un homosexual que detesta el desfile del día del Orgullo Gay o ser un conservador que se declara ateo o simplemente laico. Es precisamente en esta cuestión religiosa donde, después de siglos, “era urgente una pedagogía visual que marcara la separación educada y tajante entre la religión y la vida cívica”; sin embargo, y para muestra un botón, no hay más que echar un vistazo a la última reforma educativa del ministro Wert.

No obstante, que esta crisis ponga en evidencia lo mucho que nos queda por andar no debe ser óbice para resaltar al mismo tiempo todo lo que hemos conseguido: una sistema educativo, sanitario y de pensiones que se aprecia mucho más si vives un tiempo –como nos ha ocurrido a Muñoz Molina y al que suscribe- en países tan potentes en lo económico como los mismísimos Estados Unidos. “Lo que para nosotros era inusitado para nuestros padres y nuestros abuelos había sido inimaginable: lo mismo que para nuestros hijos ha sido casi tediosamente normal y sólo ahora está en peligro”. Por eso debemos ser conscientes de lo que hemos conseguido y conservarlo. Porque no podemos dejar de reconocer, y no podemos perder, a científicos, empresas, deportistas, artistas y profesionales que son apreciados, valorados y respetados en cualquier parte del mundo. Y sin embargo, también eso se cuestiona ahora.

Por eso, ahora más que nunca, ahora que se tambalea “todo lo que era sólido”, es necesario la unión y el pacto: “la clase política ha dedicado más de treinta años a exagerar diferencias y a ahondar heridas, y a inventarlas cuando no existían. Ahora necesitamos llegar a acuerdos que nos ahorren el desgaste de la confrontación inútil y nos permitan unir fuerzas en los esfuerzos necesarios”.

La vuelta a una sosegada alegría colectiva, a la ilusión, al futuro, no depende solo de los políticos y de los banqueros. Todos, desde nuestra sencilla y humilde posición, debemos echar una mano, porque son respetables y admirables, porque necesitamos a “todos aquellos que han amado lo que hacían y han ejercitado su profesión con sentido del deber y conciencia de que estaban contribuyendo en algo al bienestar común”. Y en todos ellos está la solución.

Y para ello necesitamos pensadores como Muñoz Molina, mentes independientes que nos destilen todo lo bueno que hay que conservar y todo lo malo que hay que desterrar en nuestra sociedad, mentes que se merecen, con solidez y con justicia, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Aunque sólo sea, como diría Camus, para tener la tranquilidad de saber que las tardes perfectas de Septiembre seguirán sucediendo cuando nosotros no estemos.

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