DÍAS DE LLUVIA

29 de Diciembre del 2009 a las 14:55 Escrito por Jaime Aguilera

Cae la lluvia sobre el mar; cae la lluvia, lánguida y dócilmente, sobre los montes, sobre los barbechos, sobre los tejados, sobre los caminos…

Siempre me ha dicho mi padrino que no hay mayor placer que fumar debajo de un tejadillo mientras chapotea el agua en los charcos. Se ve que lo he heredado, porque cuando veo llover siento unas ganas irreprimibles de encender la pipa y, como diría Wilde, la única forma de vencer la tentación es caer en ella.

Cae la lluvia sobre los coches, sobre estatuas inmóviles, sobre las antenas, sobre las piedras de la sierra…

La Naturaleza ha tenido un detalle con Andalucía y, tras el fracaso de la cumbre de Copenhague, ha querido regalar a esta sedienta tierra con unos cuantos litros por metro cuadrado.

Cae la lluvia en forma de oro transparente, en forma de poesía; porque, en mi humilde opinión, una de las palabras más hermosas –junto a “vida” o a “agua”- es justamente la palabra “lluvia”: repitanla varias veces y comprobarán su sonoridad serena.

La lluvia aminora la prisa de nuestras vidas, sus paseos, sus miradas, sus besos, sus caricias, sus ausencias…

Me acuerdo de los urbanitas que cuando ven un campo de cebada reciénnacida dicen que bónito está el césped, y cuando llueve sobre la ciudad dicen “qué fastidio”. Olvidan que después son ellos los que comen el pan de césped y se duchan con el agua que tanto les ha fastidiado.

Cae la lluvia sobre la memoria, sobre los cementerios, sobre los vivos y sobre los muertos. Mientras sigo mirando por la ventana, mientras me adormezco con la machadiana monotonía de lluvia tras los cristales, sigo saludando –juntando las tres palabras que me gustan- a la muchas veces añorada lluvia: el agua de la vida.

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