15 de Enero del 2009 a las 14:37 Escrito por
Jaime Aguilera
Siguiendo la costumbre de hacer balance de todo lo hecho y deshecho en el año que acaba de terminar, a mi me ha dado por repasar de memoria los libros que han desfilado por mi intimidad lectora.
Si no recuerdo mal, el año comenzó con “Tokio Blues” del japonés Murakami, que me gustó bastante por su curioso lirismo en la sexualidad, en los paisajes y en los personajes. Después de una biografía de Irene, la hermana de la reina Sofía, pasé a la novela de Millás, “El mundo”: una autobiografía de Millás al más puro estilo Millás.
Tras alguna desilusión con Alatriste, me reconcilié con Pérez-Reverte leyendo “Un día de cólera”, vibrante y exhaustiva novela. Todas ellas, junto a la última obra narrativa del malagueño Torres López de Uralde (“Los que esperan”) han conseguido el efecto deseable y totalmente revelador de que quiera leer más creaciones suyas.
“El ermitaño del rey”, de Julio de la Rosa; “El papa mago”, de mi buen amigo Miguel Ruiz Montañez; “Ventajas de viajar en tren”, de Orejudo; y la última que estoy terminando: “Pacífico” de Garriga Vela, comienzan muy bien pero al final simplemente se dejan leer, por lo que no me han llenado tantos como las primeras.
Mención aparte para el nuevo caso del comisario Brunetti, con el que, como siempre, comencé el verano; o el entretenido libro “Polvo eres” de Nieves Concostrina sobre difuntos varios y cadáveres viajeros.
Incluso el bestseller de “El niño con pijama a rayas” no deja de ser un cuento bien hilado con un punto de vista muy original, teniendo en cuenta el tema tan explotado del Holocausto judío.
Dejaré de nombrar algunos ensayos y algunas novelas porque no quiero señalar la personificación del aburrimiento.
Lo que sí es verdad es que haciendo este repaso me doy cuenta de lo que he disfrutado, y de que me hubiera gustado disponer de más tiempo para disfrutar más. En cualquier caso, como los rockeros, los viejos lectores nunca mueren.
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8 de Enero del 2009 a las 13:37 Escrito por
Jaime Aguilera
Aunque el jinete apocalíptico de “la crisis económica” cabalgue con su guadaña de desempleo y pobreza, las fiestas navideñas han vuelto a suponer un derroche de consumo: regalos, comidas, loterías, cenas, juguetes, ordenadores, consolas, cava, cotillones, caramelos, vino, marisco…
Y lo peor no es eso, lo peor es que ahora llegan las famosas rebajas. Porque el dogma de fe más importante de la religión capitalista es que, por encima de todo, hay que comprar y hay que gastar. Incluso se adelantan las rebajas al dos de enero si hace falta: porque, por encima de todo, hay que fomentar el consumo.
Nos hemos convertido en peones de un ajedrez neocapitalista que basa gran parte de su crecimiento en la capacidad para consumir. De ahí que desde distintos ámbitos se nos pide públicamente que compremos, que después lo tiremos a la basura –reciclando o donándolo a los pobres, faltaría más-, y que después volvamos a comprar una versión actualizada de lo que acabamos de deshacernos.
Y todo ello por no hablar de los efectos colaterales perversos sobre nuestros hijos: cada vez con más juguetes que no tenemos sitio donde almacenar y cada vez más descontentos con la piscina de la abundancia donde nadan, pero que los sigue dejando insatisfechos.
Por eso, desde aquí alabo la idea de mi amiga Marina. Los regalos que le corresponden como abuela nunca terminan en un trastero al uso, sencillamente porque para la invitación a un teatro, a un cine o a un viaje sólo existe un desván, el más preciado, el de la memoria indeleble de la infancia.
Dicen los budistas que no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita. En nuestra sociedad primermundista nos hemos rodeado de tantas necesidades que cada vez tenemos más difícil convertirnos al budismo.
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7 de Enero del 2009 a las 10:32 Escrito por
Jaime Aguilera
Ahora se hacen estadísticas de todo, o casi todo. Se hacen encuestas sobre lo divino y lo humano, y lo humano parece divino y lo divino humano.
Pese a todo, han acertado conmigo en una de las últimas que se ha hecho pública. Al parecer, las series más apreciadas por los españoles de toda la historia de la televisión han sido “Curro Jiménez” y “El hombre y la tierra”. Curiosamente estas dos están en la lista de las que más he han hecho disfrutar en mi infancia.
Recuerdo que con las llegadas de las cadenas privadas, Antena 3 volvió a emitir “Los hombres de Harrelson”. Cuántas veces había hecho de TJ subiendo a un tejado. Y sin embargo, cuando volví a verla en la sala de televisión de un colegio mayor, no me gustó casi nada: estaba mal hecha, repleta de violencia gratuita. Un mito había caído en cuestión de minutos: de ahí que tenga muchos reparos en resucitar muertos magníficos que habitan en la memoria idílica del tiempo perdido.
No me ha ocurrido esto con Curro Jiménez. Nuestro Robin Hood andaluz y serrano soporta muy bien el paso de tiempo, incluso le sienta tan bien que cuando he vuelto a verlo haciendo zapping, lo he vuelto a saborear con más fruición si cabe. Y siempre que lo vuelvo a ver, vuelven a cabalgar imaginariamente por las sierras de mi pueblo Curro, el Algarrobo, el Estudiante, el Gitano.
Posiblemente esta serie recoja todos los tópicos de la Andalucía de charanga y pandereta denostada por Machado. Posiblemente en ella estén todos los retratos de la Andalucía romántica idealizada por los viajeros europeos de siglos pasados. Pero también posiblemente en ella están escondidos valores que son difíciles de encontrar en las series de ahora, pero que se pegaban a las entrañas de los niños de mi generación: dignidad, justicia y libertad. Y no hay motivo para avergonzarse ni para relativizar toda la brújula que conforman estas palabras en la visión ingenua de un niño.
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23 de Diciembre del 2008 a las 14:01 Escrito por
Jaime Aguilera
La otra tarde, viendo al Málaga en La Rosaleda, y aburriéndome con el pésimo juego que se podía ver sobre el césped, me preguntaba cómo puede atraer a millones de personas en el mundo el llamado “sillón-ball”. Deporte que en sentido estricto se practica sentado en casa frente al televisor, pero que se puede hacer extensivo a otro tipo de sentaderos en cualquier bar, y a todo tipo de asientos al aire libre en cualquier estadio.
Siempre me ha llamado la atención lo largo que puede resultar a ser un partido de beísbol, y lo aburrido que resulta la mayor parte del tiempo. Y sin embargo, para muchos norteamericanos es todo un ritual pertrecharse de cervezas, ponerse una gorra y no levantarse en horas ni para ir al lavabo.
Y no digamos los miembros más rancios de la pérfida Albión. Vestidos de indumentaria clásica, blanca y con ese aire irresistiblemente decadente, pueden estar, no horas, sino días enteros jugando a un soporífero juego al que llaman cricket.
En España, mezclamos nuestra tradición taurina más antigua con otra futbolística importada a través de los ingleses que llegaron a Huelva. En los dos sitios, en la plaza de toros o en el estadio, las horas se pasan plácidamente sin tener que hacer nada, solo mirar, vocear al árbitro o al picador y comer pipas.
Y es que se ve que no en vano los romanos ya hablaban de tener contentos al personal con el pan y circo. Teniendo el estómago concreto, el siguiente estadio de la naturaleza humana es no sudar más la frente, porque el pan ya está ganado, y sentarse a ver cómo devoran los leones a los mártires cristianos.
Algunos se empeñan en defender la exaltación del trabajo, otros integristas católicos –que también los hay- hablan de la “santificación” a través del trabajo. Sin embargo, en la mayoría de los casos (hay excepciones) el personal lo que quiere, desde los romanos, es comer santificadamente como un obispo y sentarse no exaltadamente a ver el fútbol como un marqués.
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23 de Diciembre del 2008 a las 14:00 Escrito por
Jaime Aguilera
El presidente Bush se está despidiendo dentro de la tónica antipática y excluyente que han sido sus ocho años de presidencia.
Ante el deseo de la familia Obama de instalarse en las habitaciones de invitados de La Casa Blanca, por aquello de que sus hijas se incorporen al nuevo cole después de las vacaciones de Navidad, la respuesta de los Bush ha sido que ya tienen otros invitados. Mal detalle anteponer al argumento educativo de los de Chicago un argumento de protocolo poco creíble y poco justificado.
Pero qué podemos esperar de quien prefiere que en las escuelas enseñen que venimos de Adán y Eva, y que se olviden de un señor que se llamaba Darwin. Qué podemos esperar de quién se ha pasado por el forro de sus pantalones a las Naciones Unidas y ha invadido un país en busca de armas de destrucción masiva que, al menos, eso sí, hace unos días, han aparecido. Lo han hecho en forma de zapato volador, y no ha sido un gato sino un periodista con botas quien, en una rueda de prensa le lanzó lo dos artefactos al presidente norteamericano.
Hay que reconocer que el tejano, otra cosa no, pero reflejos sí que tiene para esquivar los golpes: rápidamente quitó la cara y evitó el impacto. Sin embargo, no va a poder evitar el otro impacto que la historia le tiene preparado: ser uno de los peores inquilinos de la casa que se niega a ofrecer a su sucesor antes de hora.
No es la primera vez que se usa el calzado contra los Estados Unidos. En 1960, el presidente soviético Nikita Kruschev se quitó los zapatos y los golpeó sobre la mesa de la Asamblea de la ONU: era su forma de pedir la palabra para protestar contra el hambre militarista yanqui.
En fin, qué le vamos a hacer. Ahora que España y Estados Unidos querían ser otra vez amiguitos, dicen que el presidente saliente le ha vuelto a tomar manía a los “zapateros”.
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12 de Diciembre del 2008 a las 14:46 Escrito por
Jaime Aguilera
Seis de la tarde, 9 de diciembre. Mi hijo, después de una siesta sin pijama, sin padrenuestro y, sobre todo, sin orinal, se despierta y descubre la mancha delatora en sus pantalones. Con mirada suplicante y avergonzada, confiesa: papá, pipí.
Seis de la tarde, 9 de diciembre. El etarra Aitzol Iriondo, considerado el jefe de acción directa de ETA tras el arresto de ‘Txeroki’, considerado también más cruel que éste con nombre de indio salvaje, es interceptado por la policía francesa. El “gudari” sin temor, el valiente soldado que lucha por la libertad de Euskal Herría, hace el amago de sacar la pistola que lleva en el cinturón, rápidamente un gendarme francés le encañona. Es ese momento, el nuevo gran jefe de la tribu deETA no dice “papá, pipí”; pero sí se orina en los pantalones.
Al indefenso concejal socialista de Lasarte, Froilán Elespe, ni siquiera le dio tiempo a mearse patas abajo cuando este mismo chicarrón del norte, Aitzol para los amigos, le pegó un tiro por la espalda. Y seguramente después se pavoneó delante de sus compis de filas de los cojones que tenía. Los mismos cojones que le echó, aunque esto todavía hay que demostrarlo, cuando acribilló, por la espalda también, como no, a los dos jóvenes guardias civiles, Raúl Centeno y Pedro Trapero, que estaban en Capbreton.
A este sujeto, señor Iriondo para los que no somos sus amigos pero no vamos a matarlo, nadie lo iba asesinar por la espalda, nadie lo iba a secuestrar 48 horas para matarlo después como un perro, nadie le iba a poner un coche-bomba. El gendarme francés que lo encañonó, a continuación le leyó sus derechos y con el tiempo se le hará un juicio justo que determinará el castigo merecido. Y sin embargo, y sin que tenga que temer por su vida, se orinó en los pantalones.
La próxima vez que mi hijo muestre su incontinencia de orina le diré: no te preocupes, muchacho, que hasta a gente mucho más mayor que tú, e igual de valiente, le pasa lo mismo.
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5 de Diciembre del 2008 a las 10:17 Escrito por
Jaime Aguilera
El multimillonario ruso y presidente del club de fútbol británico Chelsea, Roman Abramovich, ha regalado a su novia 40 hectáreas en la Luna. Al parecer, el detallito ha sido una compensación por el retraso de la boda por culpa de la crisis financiera internacional.
Imaginen por un momento la escena. Noche en los jardines de Moscú con la Luna llena al fondo. Abramovich, vestido de una mezcla de Tenorio con Miguel Strogoff, de rodillas ante Dasha Zhukova, exmodelo de 27 años, vestida de una mezcla de Inés resabiada y Anna Karenina:
- No es verdad, ángel de amor, que teníamos pensado casar/ más por culpa de la crisis y demás, tendremos que retrasarlo, muy a mi pesar.
- Ni puñetera gracia me haceís, señor, y no sé como tendréis que compensar.
- Pedidme lo que queráis, pedidme hasta la Luna, sin dudar.
Dicho y hecho: no toda, porque ya hay algunos como Jimmy Carter, John Travolta o Tom Cruise que se han adelantado, pero si al menos una parcelita de 60 fanegas en el Hemisferio Sur. Eso sí, como todavía no se puede ni plantar ni edificar, esta señorita se debe conformar, como los buenos terratenientes, con disfrutar de la visión de sus posesiones a golpe de telescopio y, como no, dejarla en herencia para los vástagos que nazcan del futuro y aplazado matrimonio.
De nuevo nos encontramos con una iniciativa curiosa de la organización de “The Lunar Embassy”, que pretende así recaudar fondos para investigaciones sobre el único satélite natural que tenemos, porque de los otros cada vez tenemos más.
En definitiva, de todo hay en la viña del Señor: millonarios que están en la Luna; millonarios lunáticos; millonarios que quieren ser los primeros turistas en visitar la Luna; millonarios que, como hombres-lobo que son, sólo salen con la Luna llena y otros, como Ibramovich, que además de lo anterior, extienden sus dominios comprando parte de ella. Los demás, como el toro de la canción, seguiremos únicamente mirando enamorados.
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1 de Diciembre del 2008 a las 11:50 Escrito por
Jaime Aguilera
La semana pasada hablaba de discos, libros, películas y ciudades que forman parte de ti mismo. Se me olvidó añadir a esta lista de sacramentos espirituales a aquellos caminos que, por diversas circunstancias, se han instalado en su propio itinerario espiritual.
Decía Machado que no hay camino, que se hace camino al andar. Pero se refería a la travesía siempre nueva e ignota de nuestra propia existencia. Yo me refiero a caminos paisajísticos y sentimentales que se van incrustando en tu memoria de pasado y en tu ilusión futurible.
Uno de estos senderos interiorizados es la carretera que va de Málaga a Almería, o de Almería a Málaga, como se prefiera. Especialmente el tramo entre Nerja y Adra. Ante tus ojos se abren y se cierran una sucesión de acantilados, que juegan al escondite con un Mediterráneo que a veces parece más Cantábrico que Mare Nostrum, que unas veces se muestra tranquilo y hospitalario, y otras tantas rizado y enervado entre calas pequeñas y recónditas. Con los tramos nuevos de autovía, la rapidez y la comodidad tiene como contrapartida que puedes deleitarte menos con este trozo de costa más irlandesa que latina; pero, aun así, no deja de tener su encanto.
Las torres vigía, que en su día servían de defensa de unos piratas berberiscos que ahora se han vuelto somalíes, se convierten en peones de un tablero de ajedrez irregulares, con cuadros ocres y desérticos que hacen de casillas blancas, y cuadros verdes y coníferos que hacen de casillas negras; incluso si hace frío se puede divisar a la reina blanca de la partida: una Sierra Nevada que se asoma detrás de Motril.
Es una carretera que pierde su atractivo cuando llega precisamente a la gran obra humana que, junto a la Gran Muralla China, es la única visible desde un satélite espacial: los invernaderos de El Ejido.
De todas formas, durante el camino, sobre todo si es el amanecer o el atardecer, la belleza del escenario te transporte a latitudes más norteñas o californianas. También me viene a la memoria los miles de malagueños que hicieran que se bautizara como la carretera de “la espantá”, huyendo del asesinato ignominioso e instalándose en el hambre y en la propia muerte atroz: lo recuerdo conduciendo confortablemente en mi coche.
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13 de Noviembre del 2008 a las 12:07 Escrito por
Jaime Aguilera
Les voy a pedir un pequeño ejercicio de imaginación. Tienen que escoger, dependiendo, como los toreros, del lado hacia el que carguen la taleguilla, un triunfador y un perdedor en una noche electoral, en Madrid, y a la española. Uno de ellos estará en el balcón de la calle Génova y otro en el de la calle Ferraz. Los dos tendrán al lado, para hacer más gráfica la escena, perros de presa tipo Pepiño Blanco o Acebes.
Imaginemos ahora las palabras del primer discurso del ganador y del perdedor.
El ganador lo primero que hace es dar las gracias a los que han depositado su confianza en él y un profundo respeto para los que no lo han hecho; al mismo tiempo les pide paciencia, comprensión y esfuerzo: porque empieza un duro camino por delante. Deja para el final elegantes palabras de agradecimiento para su contrincante, al que considera una persona que está luchando mucho por su país.
El perdedor, por su parte, se reconoce en primer lugar como máximo responsable de la derrota. A partir de ese momento, y después de felicitar al ganador, se pone a disposición de este último y, lo más importante, les recuerda a sus votantes quién va a ser a partir de ahora su presidente, digno por tanto, aunque no le hayan votado, de la máxima lealtad y consideración.
Les he pedido que imaginen porque yo nunca he visto estos discursos, ni en Ferrar ni en Génova; sin embargo, si pude escucharlos en la victoria de Obama y en la derrota de McCain. Porque, por encima de partidos que montan una maquinaria electoral transitoria, hay líderes que defienden ideas; y por encima de ellas se da por hecho que se quiere lo mejor para la nación, no para el partido. Incluso acabo de leer que Obama, porque piensa que el Secretario de Defensa del mismo Bush no lo está haciendo mal, le va a pedir que siga con él. Y es que nuestro país parece muchas veces prisionero de la dictadura de partitocracias que están por encima de todo.
Los americanos ya tienen un presidente negro. Para nosotros, de momento, presidentes negros sólo existen en forma de lehendakari y en película –“Airbag”-. O sea, que son como estos discursos de noche electoral americana, pura ficción.
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6 de Noviembre del 2008 a las 14:54 Escrito por
Jaime Aguilera
Cuentan que a un tahúr le preguntaron que es lo que más le gustaba: disfruto muchísimo jugando al póker, y ya no diga nada si además gano. Algo parecido, salvando las distancias, me ocurre a mí con el otoño: cada vez tengo más claro que mi estación preferida es la que va después del verano, y no digamos nada si además resulta que ese otoño, justamente como el que ahora estamos disfrutando, es lluvioso. Siempre se dice, cCuentan que a un tahúr le preguntaron que es lo que más le gustaba: disfruto muchísimo jugando al póker, y ya no diga nada si además gano. Algo parecido, salvando las distancias, me ocurre a mí con el otoño: cada vez tengo más claro que mi estación preferida es la que va después del verano, y no digamos nada si además resulta que ese otoño, justamente como el que ahora estamos disfrutando, es lluvioso.
Siempre se dice, como un tópico que pretende ser verosímil a base de tanto repetirse, que la estación más colorida, la más cromática, es la primavera. Sin embargo, al menos para mí, la paleta de colores de la primera es más viva, pero más plana; por el contrario, el abanico crepuscular de rojos, amarillos, marrones y verdes puede que en conjunto sea más apagado que la exultante primavera, pero da la sensación de que es más auténtico. Dicho de otro modo, mientras el escenario de un mayo florido y hermoso es tan espectacular que parece mentira, como si fuera un anuncio; su cara opuesta, la puesta es escena de la otoñada de un noviembre es más humilde, más triste, pero más genuinamente atrayente.
Al vivir en una ciudad mediterránea, con otoños primaverales, necesito viajar a latitudes muy cercanas que me ofrecen un otoño con querencias más invernales. En cualquier caso, intento beber con fruición de los dos: uno se me desnuda con un mar inmenso y gris, el otro con besanas verdes y cornicabras anaranjadas.
Al fin y al cabo, la estación de los enamorados nunca subyugará mi ánimo con tanta intensidad como la estación de los melancólicos, quizá sea porque soy más partidario de Machado que de Ruben Darío, más de la lluvia tras los cristales que de los cisnes y los nénufares.
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